El barco en el que viajaba se fue a pique, pero yo me salvé milagrosamente, aunque también influyeron en ello y de forma determinante, mis enormes deseos de vivir. Por eso, luché contra el mar embravecido y, sacando fuerzas de flaqueza, no paré de nadar hasta llegar a tierra firme .Estaba ya anocheciendo y todos los habitantes del lugar (que tenían cara de hambrientos, algo que yo, sin saberlo, iba a solucionar en breve) de la isla me recibieron entusiasmados, con aplausos incluidos.
Por desgracia para mí, eran caníbales, y yo su cena, de ahí la alegría desbordante que supuso mi llegada.
Fran Laviada