Yo, en este caso, soy el hijo.
Me serené ante el espejo del lavabo, me preparé mentalmente para gran gesta aquella y me presenté ante mi madre.
Ella estaba acostada en su cama matrimonial, aunque mi padre debía de estar lavando los trastes o lo que fuese, porque no estaba allí.
Era de noche, y leía algo en su móvil con la luz de su mesita de noche prendida para ver mejor.
Así, le planteé algo que me había sacado a colación hacía un par de días:
—¿Esa chica tan amiga tuya es tu novia?
Y entonces, contraataqué sin poder dar vuelta atrás:
—No es mi novia, mamá, porque soy gay.
Había lanzado la bomba.
Ella se quedó sorprendida, porque no se esperaba a esas horas recibir dicho anuncio.
Pero dentro de todo me abrazó, me dijo que todo seguiría bien y que me quería mucho.
Un par de jornadas más tarde intenté decírselo a mi padre igualmente, pero a él ya lo había enterado ella (sin mi permiso, cosa que no debiera haber hecho, pero le agradezco haberme quitado la obligación de encima).
Los primeros 6 o 7 días el ambiente en casa era raro, pues el tema seguía allí, implícito, flotando en el aire a mi alrededor cuando me miraban.
Pero al poco tiempo, todo volvió a la rutina y el hecho de que fuera hetero pasó al olvido para presuponer de mí un homosexual hecho y derecho.
Así que, así fue.