Según la antigua leyenda, aquellos que lograran encontrar ese valle experimentarían una paz interior inigualable. Intrigado por la posibilidad de liberarse de sus preocupaciones, Alex (el protagonista de la historia) decidió emprender la búsqueda de aquel lugar misterioso conocido como “El desfiladero de la calma”.
Equipado con una mochila y un mapa rudimentario, se aventuró en las profundidades del bosque que rodeaba el pueblo .A medida que avanzaba, el bullicio de la civilización se desvanecía gradualmente, reemplazado por el suave susurro del viento entre las hojas y el canto de los pájaros.
Después de días de caminar entre senderos ocultos y arroyos serpenteantes, Alex llegó a un claro verde resplandeciente. Ante sus ojos se extendía un valle rodeado de altas montañas que parecían tocar el cielo. El aire estaba impregnado de serenidad, y el sonido del agua fluyendo suavemente por un arroyo cercano llenaba el valle.
Maravillado por la belleza del lugar, Alex decidió establecer su hogar en “El desfiladero de la calma”. Construyó una pequeña cabaña junto al arroyo y cultivó un jardín lleno de flores y hierbas aromáticas. Pasaba sus días contemplando el paisaje, meditando y disfrutando de la simpleza de la vida.
Con el tiempo, la paz que Alex encontró en aquel increíble lugar transformó su vida por completo. Se dio cuenta de que la verdadera riqueza no se encontraba en las posesiones materiales ni en las preocupaciones mundanas, si no en la armonía consigo mismo y con la naturaleza que lo rodeaba.
El rumor de la existencia de aquel mágico desfiladero se extendió por el pueblo cercano, y muchos de sus habitantes, inspirados por la historia de Alex, emprendieron su propia búsqueda de la paz interior. Así, el pequeño pueblo y sus habitantes aprendieron la valiosa lección de que, a veces, la verdadera felicidad se encuentra en los lugares más inesperados, y la búsqueda de la tranquilidad es un viaje que vale la pena emprender.
Lo primero que pensó Kairo, después de haber leído aquel viejo libro, fue, que a él también le gustaría encontrar un lugar parecido al que descubrió Alex. Sin embargo, para iniciar el viaje y encontrarlo, no necesitaba moverse de su ajada butaca roja. El desplazamiento era muy corto, pues solo debía de moverse en dirección a sí mismo. Un viaje al interior de su mente. Algo de lo que era consciente desde hacía mucho tiempo, aunque a veces se le olvidaba. Así pues, como había hecho ya, otras muchas tardes de solitario relax, comenzó a caminar sin moverse del sitio. Cerró los ojos, puso en marcha su viejo tocadiscos y se dejó llevar por la música…
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Puedo ponerme cursi y decirQue tus labios me saben igualQue los labios que besoEn mis sueños
Puedo ponerme triste y decirQue me basta con ser tu enemigoTu todo, tu esclavoTu fiebre, tu dueño…
A la orilla de la chimena
(Joaquín Sabina)
FIN
Fran Laviada
"Más cosas sobre la tranquilidad"