Siempre fue consciente de que muchos lo veían como un tipo raro, pero a él eso le importaba un bledo.
Seguía a lo suyo, viviendo su vida en un voluntario aislamiento, pero seguro y tranquilo en su mundo .
Imaginando el color de los sueños y concentrado en sus pensamientos, en la buena compañía de la soledad elegida.
Disfrutando de la calma del silencio, ajeno y a salvo de los ruidos, de los que nunca escuchan, pero siempre hablan.
Y sobre todo, sin hacerle ningún caso a ese lastre que en muchas ocasiones se convierte en una pesada carga para el desarrollo de la plena creatividad, y que se llama sentido (exagerado) del ridículo.
Fran Laviada