Cuando Ernesto despertó, pudo comprobar sorprendido que, mientras dormía, alguien le había afeitado la barba, algo que sin duda agradeció, ya que casi le llegaba hasta el ombligo y también que le habían cortado el pelo, el poco que le quedaba, así que esto ya le gustó menos.
¡Vaya, putada!
Pero como al mal tiempo, buena cara, ahora se pasea orgulloso con ella despejada y libre de la excesiva pelambrera, ofreciendo una imagen más aseada y juvenil, un aspecto potenciado sin duda por el cubrimiento de su testa, luciendo un tupido peluquín, que dicho sea de paso, se le nota a leguas, pero el bueno de Ernesto ni se entera, lo mismo da que esté dormido o despierto.
La vida hay que vivirla con calma, alterarse por nada es tontería y muy nocivo para la salud.
Ya lo dice el refrán:
¡Ojos que no ven, corazón que no siente!
Fran Laviada