¡Silencio, por favor!
Dijo el León, en formato rugido y muy enfadado, porque el ensordecedor griterío provocado por los ruidosos visitantes del zoo, le impedía dormir su habitual siesta, algo que, sin duda, alteraba de forma considerable su buen estado de ánimo hasta hacer que se le cruzara el cable (sí, también los animales tienen derecho a que les pase eso).
¡Y luego dirán que uno tiene mal carácter, era lo que me faltaba por oír!
Pensaba la fiera, mientras trataba de recuperar su confortable y reparador sueño.
Fran Laviada