Unos malnacidos quisieron congelarme y meterme en la nevera del olvido, pero grité con todas mis fuerzas.
¡Estoy vivo!
Y con el grito hirviendo de mi rabia, conseguí derretir el ataúd de hielo en el que me habían metido. Volví a respirar libre de nuevo .
Recuperé mi vida. Pasé de la gélida oscuridad al calor de la luz del sol. Y desde aquel día, cuando el frío amenaza con helarme, se repite sin descanso en mi cabeza un único pensamiento:
¡Jamás voy a permitir que nadie quiera enfriarme dejándome tieso antes de tiempo!
Fran Laviada