El letrado, por cierto, un tipo bronceado con sesiones extra de rayos UVA, de buena presencia, bastante presumido y prepotente, con aspecto de galán protagonista de un culebrón, se dirigió a su cliente, un hombre de aspecto aniñado y con cara de estúpido que estaba sentado a su lado, y le dijo:
— ¿Puedo hacerte una pregunta, muchacho?
— ¡No hablaré si no es en presencia de mi abogado!
— ¡Imbécil, yo soy tu abogado!
— ¡Pues si es así, no tengo nada que decir!
Fran Laviada