La tranquilidad es una especie de tesoro interior, que nos acompaña (no siempre, ahí radica el problema) como una compañera leal en nuestro permanente recorrido diario. Y es en esos momentos de soledad, que hemos sabido elegir con indudable acierto, cuando se transforma en esa llave mágica que nos abre la puerta a ese remanso de paz, y da paso a un eficaz equilibrio que nos hace sentir bien .Y es en ese espacio bendito donde nuestro intelecto se desarrolla al máximo, para dar de comer a la imaginación. A partir de ahí el camino se abre a una sucesión encadenada de pensamientos que dan vida a nuevas ideas, proyectos y entusiasmos que despiertan la creatividad que en determinados momentos estuvo dormida en exceso.
Además, la tranquilidad también nos permite poner en práctica una reflexión pausada para analizar sin prisa nuestros fallos, allanando el camino que nos permite encontrar soluciones a las equivocaciones cometidas, con sensatez y sosiego.
Y cuando el peso, en ocasiones excesivo, de la propia existencia, nos impide avanzar al ritmo que nos gustaría, la relajación propia de una vida en calma, nos facilita esas alas invisibles que nos elevan sin despegar los pies del suelo, para transportarnos a nuestro particular universo fantástico gobernado por la ficción. Que ejerce de refugio salvador convertido en herramienta imprescindible para alejarnos, aunque sea por un tiempo limitado (que es lo aconsejable, ya que hacerlo permanente, podría significar un coqueteo peligroso con la locura), de la cruda realidad que nos rodea.
Algunas ventajas de la vida en soledad.
Cuando uno está solo, siempre dispone de su propio espacio y de la cantidad suficiente de tiempo para poder reflexionar sobre la vida, y tener más claro cuáles son sus objetivos. Aprovechando la experiencia que se va adquiriendo a lo largo de los años para conseguir un mayor conocimiento sobre uno mismo.
Los enfrentamientos interpersonales se reducen, ya que al no compartir la vida con otros seres humanos, o hacerlo con menor frecuencia, permite que el entorno existencial sea mucho más pacífico al estar a salvo de determinadas tiranteces que suelen ser habituales en la convivencia con el prójimo. Ya se sabe, que el roce diario entre terrícolas suele producir a la larga (y a veces, también a la corta) un inevitable desgaste.
Vivir en soledad potencia la capacidad de gestionar mucho mejor las emociones de forma independiente. Eso fortalece la resiliencia desde el punto de vista anímico y hace que el individuo afronte las adversidades con más probabilidades para poder superarlas.
Cuando alguien lleva una vida más o menos solitaria, experimenta una disminución en lo que hace referencia a sus expectativas externas y esto le posibilita vivir más en consonancia con su propio ritmo de vida, que sin duda alguna se hace más auténtico al mantenerse alejado de esas presiones sociales que a veces ahogan en exceso a los seres humanos.
La tranquilidad que tantas veces nos transmite cierto nivel de aislamiento, posibilita que podamos explorar con mayor independencia nuestras fuentes de creatividad. Y esto viene facilitado porque se dispone de un espacio muy apropiado para poder exprimir al máximo toda nuestra capacidad de concentración y ser nosotros mismos desarrollando la propia personalidad.
Cuando no estamos a expensas de lo que opinen los demás, ni tampoco bajo la influencia de otros individuos, muchos de ellos dominantes, y que quieren siempre imponer sus ideas, disfrutamos de una libertad absoluta para tomar nuestras propias decisiones. Y eso nos permite seguir un camino más en concordancia con aquello que queremos y que también necesitamos, con arreglo a los valores que nos caracterizan para establecer nuestro propio criterio. Que, en definitiva, determina la forma de ver la vida que cada persona tiene con arreglo a su forma de ser y las circunstancias propias de su existencia.
Cuando las distracciones propias de una sociedad que nos bombardea a diario con todo tipo de proposiciones (bastantes, deshonestas), se ven aplacadas por el bálsamo de la soledad, una serie de nocivas alteraciones anímicas, generadas en muchas ocasiones por el corrosivo poder del capitalismo implacable, el ego desmesurado que nos lleva a querer aparentar de forma estúpida lo que no somos y la desmesurada y envidiosa competencia, para intentar llegar a la meta antes que nuestros rivales, aunque sea a codazos. Pues bien, al vivir lo más alejados posible de todo ese veneno comunitario, podemos permitirnos el lujo de disfrutar con más frecuencia de un descanso más intenso y placentero. Eso siempre nos va a permitir recuperar fuerzas, y recargar la batería. Y de esa forma, recuperar las energías gastadas en nuestro deambular diario, ejerciendo como supervivientes, que en definitiva es lo que somos todos los seres humanos.
No hace falta decir, que todo lo indicado contribuye de manera extraordinaria a potenciar nuestra salud, tanto a nivel físico, como mental, e incluso espiritual.
La soledad nos ofrece el entorno ideal para impulsar con vigor nuestro crecimiento personal. Unas veces, estableciendo pequeños objetivos que poco a poco vamos alcanzando, y eso estimula nuestro entusiasmo diario. Es por decirlo de alguna forma, una pequeña dosis para endulzar nuestro ánimo, es decir, lo que podríamos denominar como nuestro pequeño terrón de azúcar emocional. Y otras, nos permiten lograr nuevas habilidades y destrezas, que incrementan la autoestima y elevan nuestro nivel de satisfacción personal.
Y por último, cuando disfrutamos de la soledad, porque la hemos elegido como frecuente compañera de viaje, podemos experimentar una mayor conexión con la naturaleza disfrutando de entornos verdes que nos transmiten esa serenidad impagable que alimenta algo tan extraordinario para nuestro buen estado de ánimo como es el hecho de disfrutar al máximo de la paz interior.
Fran Laviada
"Más cosas sobre la tranquilidad"