En el torbellino de la existencia moderna, la tranquilidad, en ocasiones, hace acto de presencia en la vida diaria del ser humano cuando más se necesita. Y se ofrece a las personas como el mejor de los bálsamos para aliviar las irritaciones de una forma de vivir demasiado agitada.
Pero cuando la calma no aparece, hemos de hacer todo lo posible por encontrarla, eso, o atenernos a las consecuencias negativas que nos genera ese remolino impetuoso que es la sociedad de la época que nos ha tocado vivir.
Muchas veces la tranquilidad, no es tan solo una carencia de conflictos .Algo, sin duda estupendo para no complicarse la vida, es sobre todo, el hecho de que nuestra mente evite enredarse creando problemas que en realidad no existen, aunque pensemos que son auténticos.
Cuando estamos tranquilos nos liberamos de la absurda carga que supone estar todo el santo día preocupándonos de asuntos pueriles, que muchas veces a base de repetirlos una y otra vez en nuestro cerebro, nos llevan a las obsesiones más nocivas para nuestra salud mental.
Al final, el resultado obtenido, es que nuestro nivel de pesimismo va creciendo cada vez más y cuando pasa de ciertos límites, comenzamos a verlo todo oscuro. Y lo peor de todo, es que el origen de nuestra insatisfacción fue debido a una auténtica estupidez.
El quid de la cuestión, reside en distinguir la diferencia entre los problemas que son reales y los que no lo son, y que se han convertido en una especie de sombras que deambulan por el interior de nuestra mente con intenciones perversas.
Desprendernos de esa tendencia malsana de comerse el coco en exceso resulta imprescindible para evitar a ese enemigo invisible llamado estrés, que cuanto más lo alimentemos, más desasosiego y ansiedad va a traer a nuestra vida.
Hay que tener en cuenta, que la tranquilidad tampoco significa indolencia. Es más bien, la capacidad de enfrentarnos a los retos de la vida diaria tratando de afrontarlos, primero con resiliencia y segundo con toda la calma que nos sea posible. Evitando, por encima de todo, que esos problemas que no existen y que tan solo están en nuestra mollera, nos pasen una factura desproporcionada, en forma de pensamientos oscuros que solo sirven para poner en peligro nuestra saludable paz interior.
La auténtica serenidad se alcanza con más facilidad, cuando buscamos siempre la parte más sencilla de las cosas, lo que viene siendo, no complicarse la vida con gilipolleces, despejando en todo momento la mente de lo superfluo, que tan solo sirve para alterar nuestro buen estado de ánimo.
Vamos a ofrecer, a continuación, una lista con algunos ejemplos más habituales de esas cosas absolutamente triviales, que a veces masticamos sin descanso, como si fueran un chicle. Una y otra vez, hasta que las hacemos crecer tanto en el interior de nuestra cabeza, que se convierten en auténtica materia de vida o muerte.
Es decir, transformamos el cerebro en un verdadero estudio cinematográfico y montamos nuestra propia y exclusiva película, en la que ejercemos el control absoluto para convertirnos en los reyes del escenario, ejerciendo el papel de protagonista principal, además de ser también el director, el guionista y por supuesto el productor.
Hacemos un planteamiento de la situación en cada apartado, con un tono de humor. Que, sin duda alguna, es el mejor método para restarle importancia a cierto tipo de realidades que los seres humanos convertimos en desmesurada tragedia. Sobre todo cuando dejamos que la imaginación se nos desborde ante la imprevista aparición de determinadas circunstancias que alteran nuestra vida diaria.
Seguirá...
Fran Laviada