Aquella era una ruta peligrosa, como lo son todos los caminos desconocidos en la selva de la existencia, pero yo no hice caso a las personas sinceras de verdad, que con la mejor de sus intenciones, me advirtieron que la dirección elegida no era la correcta.
No había nada ni nadie que pudiera frenar mi desmedida ambición, necesitaba más, y lo iba a conseguir. La ceguera del egoísmo me nublo por completo la razón y cuando quise darme cuenta ya era demasiado tarde, pues en el momento en que di mi primera zancada (y digo zancada, porque fue un paso largo, quizá demasiado y de ahí derivaron las funestas consecuencias que me jodieron la vida) en falso, ya no hubo marcha atrás.
El suelo bajo mis pies se derritió como si fuera de mantequilla, y las peligrosas arenas movedizas de mi propia insatisfacción material me fueron devorando poco a poco, con el castigo añadido de la lentitud del que ve el implacable desastre llegar y que paso a paso se fue apoderando de toda mi vida sin que yo pudiera hacer absolutamente nada para evitarlo, excepto gritar, un esfuerzo inútil porque nadie podía oírme, ya que me había quedado solo (algo para lo que hice sin duda, méritos más que suficientes) en mi obsesiva codicia.
Era demasiado tarde para ponerle remedio, aunque soy de los que piensa que es cierto aquello que dice, que del fracaso surge la oportunidad y espero que el futuro me depare unas circunstancias más favorables que me permitan salir del pozo negro en el que me encuentro .Eso sí, he de atesorar una gran paciencia, pues no solo tengo que comenzar de nuevo y de cero, ya que no poseo ni tan siquiera un miserable euro. Es que antes de empezar de la nada, he de cumplir mi condena (estoy en la cárcel) por defraudar al fisco.
Seguro que muchos de ustedes recuerdan aquel famoso eslogan que decía: ¡Hacienda somos todos! Pues a mí se me olvidó y también a otros muchos, con tan mala memoria como la mía, pero bastante más afortunados que yo, o más listos porque están en la calle, libres y contentos mientras continúan engordando su patrimonio por el método directo, que es el de hacer trampas para seguir engañando a los inspectores fiscales.
Al final descubrí que esa frase tan conocida que dice: ¡La justicia es ciega!, es cierta sobre todo con los chorizos y ve, todavía menos, que los inspectores.
Fran Laviada