Aquel hombre agobiado por las deudas no tuvo más remedio que acudir al banco, algo que sin duda detestaba profundamente y allí se dirigió desesperado a solicitar un préstamo, con tan buena suerte, que se lo concedieron al instante. Salió tan entusiasmado del despacho del director de la sucursal, que cruzó la calle sin mirar y lo atropelló un coche.
El desgraciado accidente lo llevó a estar seis meses ingresado en el hospital y a pagar de su bolsillo todos los gastos médicos, ya que no disponía de un seguro que se hiciera cargo de ellos, así que tuvo que utilizar el préstamo que le concedieron y al final, lo comido por lo servido, aunque los intereses (usureros, por supuesto) de la entidad bancaria duplicaron el gasto del accidentado que siempre se lamentaba de lo mismo:
¡Maldito sea el día que se me ocurrió ir a pedir dinero a un banco!
Fran Laviada
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