La energía que las personas emplean en flagelarse (¡qué esfuerzo tan inútil!) mentalmente, sería mucho mejor utilizarla para ayudar a los demás.
Con ello evitaríamos causarnos a nosotros mismos un dolor innecesario y al mismo tiempo disfrutar de la satisfacción que supone echarle una mano al prójimo.
Ayudar al que lo necesita, proteger al débil o ser empático con el vecino, no siempre está al alcance de nuestra capacidad como seres humanos, aunque si uno se lo propone, y en la medida de sus posibilidades, siempre hay momentos en los que cada cual puede aportar su “granito de arena” a la buena causa de la solidaridad.
Fran Laviada