Hay que mirar muchas veces con detenimiento si merece la pena el porcentaje de euforia que logramos, al conseguir determinados objetivos que nos proponemos en nuestra vida, a cambio del tanto por ciento de decepción, igual o superior, que los daños colaterales del logro obtenido pueden traer consigo. Y esto podemos aplicarlo a muchos apartados de nuestra vida, tanto sentimental como económica o profesional.
Hay ejemplos claros, que lo demuestran, sin ir más lejos, en la vida laboral .Cuantas veces hay personas que son capaces de cualquier cosa incluso pegarse, pasando por otro tipo de acciones también lamentables, como hacer chantaje, amenazar, o vender a su propia madre, si hace falta, y todo, para ascender en la empresa, y conseguir ese puesto soñado con despacho incluido y placa dorada en la puerta (con el nombre y el Don delante, y el cargo de Director y lo que siga, más una secretaria, o dos mejor, y que estén buenas, si puede ser y no es mucho pedir), aunque a cambio, haya que soportar a un Jefe (siempre hay uno, que está por encima, aunque se ocupe un cargo importante) prepotente, tirano y en muchas ocasiones, incompetente, tanto, que incluso necesita apropiarse de las buenas ideas de sus subordinados para demostrar su valía y justificar la posición (inmerecida) que ocupa.
Fran Laviada