El refugio del lector. El solitario inquilino del búnker (XVI)
4 Mar, 2024
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Capítulo 1. EL COMIENZO


(Fragmento)


Texto adicional


Continuación...


Procuré pensar en algo que me diera tranquilidad para afrontar con la mayor calma posible el inmediato vuelo .

En el que de nuevo iba a cruzar el océano, y una vez que el aparato estaba navegando ya en su medio natural, miré por la ventanilla y me vi volando en la oscuridad y tan alto, que allí metido me sentí un punto insignificante en medio del universo. Mientras que a miles de metros por debajo quedaba la tierra caribeña, así que aproveché la ocasión para retornar de nuevo a ella (a pesar del poco tiempo transcurrido desde que la había abandonado), para hacer un detallado repaso mental de mis vacaciones cubanas. Y volví a saborearlas en mi recuerdo, mientras venía a mi cabeza el estribillo de la vieja y muy conocida canción del argentino Luis Aguilé:



 “Cuando salí de Cuba” que comencé a tararear en voz muy baja (¡Cuando salí de Cuba, dejé mi vida, dejé mi amor, cuando salí de Cuba dejé enterrado mi corazón...!).


Sobre todo para no despertar al señor gordo que tenía a mi lado, que estaba empotrado en el asiento, completamente dormido y con cara de disfrutar de la absoluta felicidad. Lo que me hizo suponer, que, al igual que yo, también había pasado unas memorables vacaciones en Cuba, y al final, imitando a mi compañero de asiento, me quedé como un «tronco» y disfruté de mi sueño durante unas horas y sin pesadillas. Ya que el mal rollo que tenía en el cuerpo antes de despegar no se hizo realidad, por suerte, porque aunque nunca tuve miedo a volar, a veces la mente te juega malas pasadas. Y resulta casi inevitable que, ante determinadas circunstancias adversas, en la cabeza aparezcan unas imágenes terribles, que uno va tejiendo con el hilo de la fantasía alimentada por el pesimismo, aunque en mi caso fueron breves por suerte. 




Y en las que me veía metido en aquel avión, y sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo, se caía en picado, encaminándose a la velocidad de un cohete en dirección al agua salada. Y uno, en su desesperación, cree que ha llegado la hora del fin, incluso te conviertes en víctima de tu negatividad, para convencerte de que no existe ninguna posibilidad de salvación. Aunque el avión pudiera aterrizar en medio del mar, ya que empiezas a ver tiburones por todas partes, que esperan ansiosos la aparición de carne fresca. Que como el «maná» les va a llegar del cielo para ofrecerles una inesperada y suculenta cena. Porque el vuelo es nocturno para más acoquinamiento, por si no fuera ya suficiente con la climatología adversa, para darle al momento un toque más terrible...


Con el paso de las horas me fui poco a poco tranquilizando, aunque alguna vez el avión pegó algún que otro salto que me despertó, la verdad que un poco alterado. Pero la voz amable de una de las azafatas (de nombre Diana para más señas, una preciosidad caribeña, dicho sea de paso, bueno, eso creí por sus rasgos, aunque en aquellos momentos todas las mujeres bellas me parecían que eran cubanas, ¡estaba obsesionado con ellas! Lo reconozco), se apresuró a serenar al pasaje, con un: ¡no se preocupen, señores pasajeros, son unas turbulencias sin importancia! (y como el mejor creyente, es el que quiere creer, pensé, «¡si tú lo dices, cariño, será verdad!»), así que seguí «sobando» feliz.



Y sin más novedad, llegué a la Madre Patria, con la satisfacción del deber cumplido, que no fue otro que ¡disfrutar a tope y sin tregua!, y el objetivo se logró con creces. Eso sí, como no es cuestión de colgarse medallas, reconozco que sin ningún mérito por mi parte (en todo caso un «Quid Pro Quo», en el que puse todo mi entusiasmo y Cuba a cambio me dio todo su calor). Ya que cuando tienes al alcance de la mano la diversión más explícita, tan solo tienes que cogerla y dejarte llevar, lo demás viene por añadidura. Aunque es imprescindible gozar de buena salud física que te aporte una gran resistencia y, al mismo tiempo, te bendiga con una notable capacidad de recuperación y, de esta forma, aprovechar el tiempo al máximo. Es decir, para poder dormir poco y moverse mucho. Y también psicológica, que propicie el mejor estado de ánimo posible para aprovechar al máximo cada momento. Porque puede ser único, aunque yo espero volver algún día y repetir experiencias y, también, por supuesto, estando siempre abierto a otras nuevas.


Sigue...


Autor: Franjo Halvary


"El solitario inquilino del búnker"

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