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(Fragmento)
Texto adicional
Continuación...
Era, además, un excelente cocinero, de eso puedo dar fe, pues cuando me invitaba a su casa, era raro el día en que no se metía en la cocina (que era enana, haciendo juego con el apartamento, pero tenía de todo) a preparar algún plato típico cubano .Ya fuera para comer o cenar, y dejaba constancia de sus innegables dotes para el noble arte de la gastronomía, preparando excelentes menús, que yo degusté, probando y a la vez descubriendo, la Yuca con Mojo, el Lechón Asado, la Carne con Papas, el Picadillo a la Criolla, o el famoso Congrí, que se componía básicamente de arroz con frijoles negros, algo muy parecido a lo que en España se conoce con el nombre de Moros y Cristianos. Y todo ello, regado con abundante cantidad de cerveza bien fría y siempre de la marca Cristal, ya que, la conseguía por la «cara». El hombre, al parecer, tenía un amigo que trabajaba en la planta embotelladora, y para los trapicheos, era moneda habitual el intercambio del hoy por ti y mañana por mí, algo en lo que Alexis era un verdadero maestro.
Aún recuerdo como si fuera hoy, el día que, una vez finalizadas mis vacaciones en Cuba (que prorrogué el doble de lo que tenía previsto, es decir, cuatro semanas en vez de dos, ya que en aquellos momentos de abundancia económica, las circunstancias hicieron que mi billetera estuviera bien provista de efectivo), retorné de nuevo a España. Y allí, en el Aeropuerto José Martí de La Habana, tuve mi última conversación con Alexis, al que por cierto invité a venir a visitarme a mi casa. Pero por unas razones o por otras ese viaje nunca llegó a realizarse, y yo tampoco he podido volver a visitar Cuba, muy a mi pesar, pero las circunstancias incontrolables de la vida así lo han determinado. Aunque aún mantengo contacto con mi amigo y sigo disfrutando con sus increíbles historias, y, mientras, conservo en el recuerdo aquel día lluvioso de la partida, en el que las condiciones para convertirme de manera inmediata en pasajero de un avión, no eran las mejores. Y el sonido estruendoso de la tormenta hacía que uno se acojonase tan solo con el pensamiento de volar.
Había leído una vez, en una revista que hablaba sobre temas relacionados con la aviación, un artículo que hacía referencia a que, en el momento en el que una persona ponía el pie en un aeropuerto con intención de viajar, su corazón comenzaba a alterarse de forma significativa. Mientras tanto, el ritmo cardíaco se iba acelerando, hasta adquirir un determinado nivel de agitación en su estado de ánimo, generado por las prisas y los nervios (algo que pude comprobar en vivo y en directo sobre el terreno, experimentando en carne propia). Y todo ello motivado por la suma de trámites previos a realizar, antes de que el avión estuviera en el aire, facturación del equipaje, última despedida de familiares o amigos. En mi caso, el camarada era Alexis, y le insistí mucho para que solo estuviese él, porque sabía que mi «colega» era capaz de montar un auténtico show en la terminal. Ya que si hubiera sido por su gusto, habría llevado a unas cuantas chicas, incluidas muchas de nuestras amigas, de «desfase nocturno» para despedirme. Algo que encajaba muy poco con mis gustos y que iba en contra de mi idea de intentar pasar siempre lo más desapercibido posible.
Y que además me hubiera puesto más nervioso de lo que me encontraba, incluso, no estaba muy seguro de quedarme al final en tierra, si hubiese visto aparecer por allí a un coro de «Dulces Mulatas», como si fueran un grupo de animadoras de Los Angeles Lakers, agitando sus brazos y lanzando besos al aire para decirme a voz en grito:
¡Pablo, chico, quédate un poco más!, ¡vuelve pronto, mi «amol»!, ¡Te queremos, muchacho!
Y después pasar el control de seguridad, ¡y que el pasaporte no aparece!, ¡joder, que lo perdí!, ¡vaya susto, menos mal, lo tengo aquí!
A continuación, embarcar en el avión y una vez en el interior, había que sumar otras actividades de ejecución inmediata. Como la ubicación en el asiento asignado, la colocación del equipaje de mano en el compartimento correspondiente. Algo no siempre resulta fácil, pues en ocasiones es parecido a querer meter un pie del cuarenta y dos en un zapato del treinta y nueve. Y seguir con atención a las indicaciones de la azafata, abrochar el cinturón de seguridad, rezar los más religiosos u otros rituales propios, en función de las manías de cada cual. Que pueden ir desde meterse el dedo en la nariz, secarse el sudor de la frente con un pañuelo o «tocarse los huevos» Y todo ello ejecutado de forma compulsiva, y cualquier cosa que a una persona en similares circunstancias se le pueda ocurrir en esos momentos de alteración nerviosa.
Sigue...
Autor: Franjo Halvary
"El solitario inquilino del búnker"