He llegado a la conclusión después de haber apagado demasiadas velas de cumpleaños (aunque bastantes las haya soplado de forma simbólica, y muchas más de las que me gustarían), que no soy un diablo, pero al mismo tiempo, he de admitir que tampoco soy un santo. Y digo que no soy un diablo, porque nunca le he robado el alma al prójimo para luego venderla en el infierno al mejor postor.
Y también digo que estoy lejos, muy lejos de la santidad, porque entre otras cosas, para ser santo hay que disponer de cantidad elevada de compasión, de la que yo evidentemente carezco, aunque la parte positiva es que tampoco me la aplico a mí mismo, ya que nunca me gustó compadecerme.
No cuentes tus años solamente, haz que tus años cuenten.
George Meredith
Fran Laviada