El refugio del lector. El solitario inquilino del búnker (VIII)
26 Feb, 2024
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Capítulo 1. EL COMIENZO


(Fragmento)



 


Continuación...


Las calles habaneras, llenas de turistas de todas las nacionalidades posibles, me llevaron a rincones míticos para degustar exquisiteces locales de muy diversa clase y textura, así como el excelente alcohol caribeño .

Que en territorio cubano tenía otro sabor diferente, mucho más auténtico y en un entorno que disparaba mi entusiasmo. Conocí sitios famosos para escuchar «sabrosones» y sensuales ritmos caribeños (a los que sucumbí, sin remedio, «moviendo el body»). Al principio con un poco de agarrotamiento, que con bastante rapidez y enorme entusiasmo fui dejando a un lado para adquirir una técnica de baile aceptable. Y con una soltura que me sorprendió gratamente, ya que no me había imaginado nunca que podría ser capaz de realizar determinados movimientos sin hacer el ridículo. Estimulado, de forma permanente, por los compases de Boleros, Sones, Congas y Cha-Cha-Chas, y también por las bebidas típicas del lugar con Mojitos, Daiquiris, y otros cócteles exóticos, Isla de Pinos, Mary Pickford, o Cuba Bella, que sabían a gloria bendita, y cuyo disfrute compartía con mi buen amigo cubano «Alexis» (2). Alguien que, además de regalarme su sincera y valiosa amistad, también ejercía de imprescindible guía por La Habana.



Una ciudad, sobre la que me daba todas las explicaciones necesarias para que yo pudiera conocer mejor cómo era la capital de Cuba y, sobre todo, para disfrutar al máximo de lo que la fantástica urbe podía ofrecerme en todos los sentidos, empezando por la interminable cantidad de nuevas amigas que cada día me presentaba. Era como si todas las mujeres de la ciudad, de cuarenta años para abajo, fueran conocidas suyas, y nada mejor para empezar nuestra labor de «intercambio cultural Hispano-Cubano», que salir bien entonados desde el principio. Algo que se lograba con su receta particular de combinado alcohólico, que preparaba en su casa, a la que me invitaba todos los días. De tal forma que yo parecía ya uno más de su familia, para probar aquella sabrosa mezcla, que según él me contaba era un invento de su fallecido abuelo, del que hablaba sin parar con verdadera devoción y me repetía hasta la saciedad que había combatido al lado del mítico «Che» Guevara. Algo de lo que yo no estaba muy seguro, pues mi moreno «colega» tenía una capacidad enorme para contar historias, inventadas en la mayoría de las ocasiones, e incluso me dijo que conocía personalmente a Fidel Castro. También que había sido novio de la primera «vedette» del cabaret más famoso de Cuba, El Tropicana, hasta que había trabajado de espía y un montón de «películas» más, con las que yo disfrutaba a lo grande. Porque a pesar de que las contaba una y otra vez, siempre cambiaba algo y me sorprendía con aquella capacidad tan enorme que tenía para narrar con gran pericia el relato más inverosímil, aderezado con su particular acento, ¡déjame que te cuente mi «hemmano»!




Y pasando a su cóctel casero, decir que estaba formado por dos partes del mejor y más sabroso ron caribeño, acompañado de un zumo de lima que tenía que estar muy bien exprimido, más tres partes de limón y una cantidad generosa de hielo. Además de un ingrediente secreto en forma de una insignificante cantidad, un par de gotitas de una aromática droga tropical, a la que se refería como el «toquesito», y que nunca me dijo lo que era, ya que eso pertenecía al secreto familiar. Y a continuación me explicaba siempre la correspondiente técnica de ingestión, que consistía en beber a tragos largos el primer combinado, y el segundo, como él decía, a tu propio ritmo. Y al día siguiente como nuevo, algo que nunca sucedía porque siempre me levantaba con «grillos en la cabeza». Bien es cierto que el tope de dos combinados por noche era siempre teórico, porque cuando salíamos de su pequeño apartamento (que no era impedimento para albergar algo que se podría definir como un interminable conglomerado familiar) en busca de la noche Habanera, ya superábamos con creces la cantidad aconsejada. Es decir, que la resaca del día siguiente estaba por completo garantizada. 




Y entre los lugares que recuerdo haber visitado, estaban, El Gato Tuerto, La Bodeguita del Medio, El Floridita y varios más, muy semejantes, y también de otro tipo, en los que además de la bebida, también te daban de comer, y al mismo tiempo, te alimentaban el estómago y lo que hay más abajo, y en alguno de los cuales amanecí. Después de haber conocido a cariñosas, divertidas, apasionadas y a la vez esculturales mulatas (me ocurre igual que a uno de mis actores favoritos, Robert De Niro, que siempre tuve una gran debilidad por las chicas de tonalidades oscuras) a las que yo me quedaba mirando embobado, con una mezcla de cara de tonto y de sorpresa, a partes iguales, y que a las chicas al principio, y antes de conocerme, les hacía mucha gracia. «¿Pero qué tú quieres, muchacho?», preguntaban con esa cadencia melodiosa y suave que tiene el habla cubana, especialmente atractiva, en boca de una mujer bella y físicamente rotunda. Un interrogante que en cuanto hubo confianza desapareció rápidamente, dejando paso a un acogedor compadreo que el carácter latino, la desinhibición y el acogedor hábitat tropical sin duda alguna propiciaban.


Sigue...


Autor: Franjo Halvary


"El solitario inquilino del búnker"

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