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(Fragmento)
Continuación...
También tenía muy claro, que en el caso de que en algún momento fuese inevitable la aparición de la tristeza, o cierta desesperación, iba a saber cómo tener bien adiestrada mi cabeza, para buscar el consuelo necesario, y si eso me fallase, la caja con doce botellas de excelente Ron Cubano Havana de Reserva, que también había descubierto (dicho sea de paso, con gran sorpresa por mi parte, ya que jamás me podría haber imaginado encontrar en aquel lugar tan estimulante botín), en uno de los almacenes del búnker, serviría para mis propósitos .Aunque como último recurso, pero bueno, en un momento dado, ya se sabe que «a nadie le amarga un dulce», y si en unas determinadas circunstancias adversas, un «chupito» (o varios) podía darme un pequeño «subidón» anímico, tampoco era cosa de renunciar a él. Estaba seguro, además, que como añadido extra, la ingestión del sabroso «zumo alcohólico de caña de azúcar» me iba a trasladar en el tiempo (concretamente, doce años atrás), al recuerdo de unas sabrosas a la vez que inolvidables vacaciones pasadas en Cuba. «La tierra más hermosa que vieron ojos humanos», como alguien un día la bautizó y, a lo que sin duda, habría que añadir la enorme capacidad de la isla para transmitir estimulantes emociones a todos sus visitantes. Y en aquella ciudad de La Habana (¡se me dispara el corazón cuando me acuerdo de ella!), tan atractiva, incluso mágica, con las huellas todavía presentes de un pasado colonial reflejado en gran cantidad de sus palacios e iglesias. También con otros muchos edificios de porte señorial que todavía conservaban algo de su antiguo esplendor, aunque muchos, con un aspecto lamentable, ya que el abandono unido al paso del tiempo, se había ensañado con ellos y necesitaban de forma urgente un lavado de cara, como mínimo. Igualmente, conservo en mi memoria la imagen de sus enormes y compactos automóviles de llamativos colores, con una tonalidad peculiar, adquirida a lo largo de los años, después de haber sido repintados una y otra vez, y con toda probabilidad, por varias decenas de manos, «siguiendo una larga tradición familiar» (1), así que de su color inicial no quedaba ya ni el más mínimo rastro.
Es lo mismo que sucede con el rostro de algunas estrellas del cine, la música y el famoseo en general, que se hacen tantos retoques de bisturí (ese culto enfermizo a la cirugía estética, que al operado hombre o mujer, le suele dejar cara de momia, y al cirujano le hace crecer de forma exuberante su cuenta corriente), para permanecer siempre jóvenes y, cuyo resultado, es que su rostro de antes y el de después, tienen aún menos semejanza que la existente entre una sardina y un pulpo.
Algo normal, si alguien se dedica de manera obsesiva a «tunear» su cabeza y su cara (además, por supuesto, de las tetas, para aumentar su tamaño, a veces de forma exagerada, de tal manera que las glándulas mamarias se convierten en balones de playa, y también para protegerlas contra la ley de la gravedad y que el tiempo no las haga caer hasta el ombligo, o el culo, para hacerlo más redondo, duro y respingón). Que si un injerto de pelo por aquí, que si un «peeling» por allá, que si bótox en los labios (cuando al especialista se le va un poco la mano, algunos quedan tan gruesos, como si les hubiera picado una manada enloquecida y salvaje de mosquitos africanos). Que si un estiramiento de ojos (y quien lo hace, se convierte al momento en el hermano gemelo de Fu Manchú, si es hombre, y si es mujer, se transforma en una japonesa auténtica y sin necesidad de poner el kimono, aunque haya nacido en Sanlúcar de Barrameda y su familia sea andaluza por los «cuatro costados»). Hay quienes se estiran tanto la cara que casi no se les entiende nada cuando hablan porque apenas pueden abrir la boca. En fin, parece que para muchas personas cualquier esfuerzo merece la pena por mantener la eterna juventud, incluso, hay quienes no tendrían problemas para pactar con el mismo Diablo si fuera necesario.
Volviendo a los coches cubanos, hay que decir que eran modelos de vehículos que se habían quedado anclados en los años cincuenta del anterior siglo, y que, en su momento, fueron motivo más que justificado para que sus dueños pudieran presumir de su auto reluciente y «nuevecito» recién salido de fábrica. Y que con el paso del tiempo se habían convertido sin remedio en reliquias del pasado, más dignas de ser huéspedes permanentes de un museo del automóvil, que de circular por las calles de Cuba pidiendo a gritos la jubilación. Retrasada de manera indefinida hasta la llegada de tiempos mejores, no obstante y casi de forma milagrosa, los vehículos seguían funcionando sin problemas (¡tremendo «motol», chico!, que diría un cubano).
Todo aquello motivaba al máximo mi curiosidad y aportaba un gran deleite para mis ojos que siempre permanecían muy abiertos, además que yo, en todo momento, estaba predispuesto y muy atento a nuevos descubrimientos y sorpresas que me pudieran dilatar la pupila.
Sigue...
Autor: Franjo Halvary
"El solitario inquilino del búnker"