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(Para esta plataforma)
(Fragmento)
Continuación...
En la vida, todo, lo que se dice todo, es imposible tenerlo siempre y, simplemente, utilizar el recurso de imaginar (con un poco de esfuerzo) lo que falta, es un buen método para compensar en cierta medida la ausencia de lo deseado.
Así que, iba a dejar en manos de la cinta rodante que se hiciera cargo de la actividad de mis piernas, mientras que mi inspiración y entusiasmo pondrían el resto, para que los recorridos a través de la naturaleza por los que me iba a desplazar y que solo estaban en mi cabeza, se acercaran lo más posible a la realidad .Soñar que te encuentras en un entorno natural, rodeado de verde y al aire libre no cuesta tanto, si uno se lo propone con un poco de esfuerzo imaginativo y se concentra convencido de ello, aunque la realidad sea otra muy diferente. El único hecho cierto es que te encuentras practicando ejercicio físico a varios metros por debajo de la superficie terrestre.
A propósito de la actividad física, habría que decir, que el hombre al que podríamos llamar sedentario (¡sí, el de Michelin!), muchas veces, cuando se encuentra con el individuo que hace deporte (que no es un atleta profesional, sino simplemente una persona normal que hace ejercicio y cuida su salud) lo observa mientras se ejercita y a menudo se sorprende de sus pequeñas hazañas físicas. Le llama la atención cuando quien hace ejercicio con frecuencia le cuenta el tiempo que corrió o los kilómetros «devorados» en su entrenamiento diario. Para el deportista, esto es algo habitual y no tiene mayor mérito, pero resulta llamativo para alguien que lleva más de media vida apalancado en su sillón viendo la tele, sin mover su esqueleto, excepto para ir al frigorífico por comida. Por eso, lo que para unos supone un hábito cotidiano (aunque llueva o esté nevando, haga frío o calor, que, por lo general, son más excusa, que impedimento), correr, por ejemplo, durante una hora, otros lo ven como una auténtica proeza. Algo inalcanzable, cuando en realidad es que ellos no son conscientes de que también lo pueden conseguir. Tan solo es proponérselo y ¡empezar ya! (un poco cada día, zancada a zancada, hasta que uno se acostumbre a «engullir» metros y más metros de asfalto, como si fuera una máquina, pero siempre con la cabeza al mando y el corazón a tope). Salvo que sigan resignados a ver siempre la cruda realidad, esa que el espejo les muestra tantas veces como se miran en él. El objetivo es sencillo y concreto, y tan solo consiste en: ¡HACER, NO EN MIRAR!
Contemplar acciones sin ponerlas uno mismo en práctica, en la medida de lo posible, es una trampa de la innata pasividad, que nos embarga con facilidad a todos.
Álvaro Pombo en El temblor del héroe
Es de sobra conocido aquello de que quien no se consuela es porque no quiere, y yo iba a procurar mantener a raya mis penas, sin darles ni la más insignificante oportunidad para que me pudieran debilitar a nivel psicológico. Ni iba a consentir que me dejasen caer en el peligroso pozo de la autocompasión, además, tampoco iba a permitir que la flaqueza de ánimo me pudiera hacer daño clavando en mi pensamiento, los alfileres de la negatividad para recordarme donde me encontraba. Estaba decidido a mantenerme fuerte a nivel mental y comportarme como ese autoritario y enérgico domador circense, que trata de establecer en todo momento durante su actuación una distancia de seguridad con sus fieras. Para que no le puedan hacer ni tan siquiera un leve rasguño, permaneciendo siempre atento, ya que, es consciente que cada vez que salta a la pista se mueve en un escenario peligroso. Porque la arena del circo, al igual que sucedía con los antiguos gladiadores romanos, es territorio de lucha y sangre, donde no hay espacio para la debilidad, ¡o vences o te matan!, y la vida, sin exagerar con el disfraz de la tragedia desmesurada, en ocasiones es muy parecida. Luego, y casi de inmediato, pensé que los domadores de circo no me gustaban, ya que su trabajo no era ni más ni menos que una forma de maltratar en público a los animales.
Quizá en otros tiempos, por fortuna ya olvidados, cierto tipo de espectáculos circenses y otros similares eran muy del agrado de la sociedad, y ahora ya no.
Me olvidé, pues, de los domadores y cambié mi pensamiento, aunque mi actitud resiliente se mantenía intacta.
Sigue...
Autor: Franjo Halvary
"El solitario inquilino del búnker"