Si hay algo que alimenta nuestro miedo, es la opinión que el resto de las personas puedan tener de nosotros, y es por eso, que muchas veces nos comemos el tarro, en exceso, hasta llegar al extremo de que tener unos pensamientos tan exigentes con nosotros mismos, que se convierten en algo excesivamente tortuoso y por supuesto insano.
¿Habré dicho alguna tontería?
¿Me aprecian?
¿Les parezco simpático?
¿Le habrá parecido mal la decisión que he tomado?
¿Estarán enfadados con mi actitud?
¿Les habré causado buena impresión?
Y cientos de ellos parecidos, que solo sirven para amargar poco a poco nuestra vida, algo que siempre hemos de evitar, haciendo lo posible por mejorar nuestro autoconcepto aplicando el refrán tan conocido de que la caridad bien entendida empieza por uno mismo.
Fran Laviada