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(Fragmento)
“Buscando la imprescindible gasolina vital”
Un día, sin saber con exactitud cómo sucedió todo, me encontré refugiado en un búnker antinuclear .La guerra atómica había estallado (al menos eso creía yo en un principio) y el planeta Tierra, se había ido (o casi), a tomar por culo (con perdón, y que la disculpa, sirva también, para expresiones iguales o semejantes, que vayan apareciendo a lo largo del libro, ya aviso que son bastantes, y que, aunque no es mi deseo, quizá pueden irritar la delicada sensibilidad de algunos lectores, espero que no sean demasiados). Al principio, me fueron llegando al cerebro uno tras otro, los ¡joder!, ¡hostia!, ¡mierda!, ¡me cagüen la puta!, ¡maldita sea mi estampa!, «¡porca miseria!» (bueno, la verdad que lo último no lo pensé, quizá lo habría hecho si hubiese sido italiano), y similares, que yo iba colocando como si fueran tablas, y con todas juntas acabar construyendo una especie de balsa. Así podría mantenerme a flote en el mar de la incredulidad y asombro, que la situación me provocaba dejándome completamente descolocado.
Una extraña sensación invadió mi cuerpo; me veía completamente fuera de lugar en aquel sitio. «¿Pero qué demonios hago yo aquí metido?», me preguntaba sorprendido. A la vez, me sentía tan ridículo como un inspector de policía buscando droga en un colegio, revolviendo una clase de párvulos y ordenando a sus agentes: «¡Esposen a los niños sospechosos y llévenlos al calabozo!».
Además, una creciente alteración nerviosa se estaba adueñando de mí, haciéndome ir de un lado a otro sin parar y de forma absurda en el reducido espacio de un metro cuadrado. Más bien parecía alguien tratando de esquivar la picadura de una avispa enfadada. Incluso me vi por un momento imitando los indescriptibles movimientos inventados por el gran Chiquito de la Calzada, adornados con su famoso, «¡jal, pecador de la pradera, no puedo, no puedo, soy un fistro diodenal!», por suerte, la tontería se me pasó pronto, y por un momento incluso, hasta me pareció que lo sucedido, ¡me importaba un huevo, y además de codorniz! En fin, que era todo una mezcla rara de sensaciones que se podrían denominar como indescriptibles, ante la nueva situación que la vida me presentaba. Nunca llegué a imaginar en lo que se iba a convertir mi existencia, pero a medida que el tiempo iba pasando, me di cuenta de que en aquel enorme cajón de hormigón «armado hasta las cejas», no se estaba tan mal, en especial, si comparaba mi forma de vivir en ese momento con la que había tenido los últimos años en el exterior. Pensé, y creo que con total acierto, que lo principal en esos casos era no perder la calma, evitar que el cerebro se volviese loco e incapaz de seguir al mando de la nave corporal y, sobre todo, estar ocupado, activo, en definitiva, entretenido, no dejando que la rutina se apoderase de mí hasta llegar a un punto que el aire se hiciera prácticamente irrespirable. Así que, buscando esa imprescindible gasolina vital que toda existencia humana necesita para subsistir, me puse manos a la obra para combatir el aburrimiento y tener siempre ilusión por mantenerme en pleno funcionamiento, tanto intelectual como físico.
Comencé dedicándome a cultivar mis mayores aficiones, algo que en el refugio podía hacer con total disponibilidad de tiempo y medios. Para empezar, me puse a escribir de forma habitual, con la idea de hacer un libro y reflejar en el texto todo lo que me venía a la cabeza, mezclando hechos reales con historias inventadas. Y al mismo tiempo, ir contando algunas experiencias y anécdotas de mi vida dentro del búnker, dedicando a ello toda una intensa actividad para dejar total libertad a la creciente e incluso arrolladora creatividad, que luchaba por salir de mi interior la mayoría de los días.
Empujado por mi imaginación, que se desbordaba por momentos y hacíame sentir cual héroe de libro de caballerías… Arturo Pérez Reverte en Limpieza de Sangre
Además de escribir, siempre disfruté hasta la saciedad escuchando música, me encanta leer, también soy un auténtico apasionado del cine y, por suerte, para mí, todo eso lo podía disfrutar en aquel espacio seguro, aunque sumergido en una especie de inframundo incrustado en las entrañas de la Tierra. En esa zona conocida como subsuelo, que siempre permanece oculta a la vista del ojo humano, donde el destino me había colocado para conservar mi vida a salvo, o quizá quería gastarme una broma pesada (demasiado pesada). Y cuando hablo del destino, no estoy muy seguro de utilizar el nombre adecuado, ya que en circunstancias excepcionales, a veces se carece del conocimiento necesario para calificar tragedias inexplicables, que tal vez puedan ser debidas a errores de la naturaleza, al caprichoso azar, a la maldad del ser humano, a poderosas fuerzas ocultas, ¡o vaya usted a saber!
Sigue...
Autor: Franjo Halvary
"El solitario inquilino del búnker"