Los hay que nunca dan la cara. Siempre se esconden debajo de las faldas de un cobarde silencio .No hablan, nunca dicen nada, nunca se involucran ni toman partido. Siempre se quedan mudos. Les da igual que haga frío o calor, que se descubra vida en Marte o que un “tarado” pueda llegar a Presidente de los EE. UU. Siempre sin hablar, con los labios sellados por el miedo. Nunca hacen nada por los demás, y a veces, en su patética cobardía, no tienen valor ni para defenderse a ellos mismos.
Los hay que solo hablan cuando les conviene para sus intereses personales. Buscan la palabra si tienen algo que ganar y siempre que el viento sople a su favor. Hacen como el surfista buscando la ola buena (y eso es estupendo, siempre y cuando no se intente continuamente, meter la cabeza del prójimo debajo de la ola), lo demás no les importa (o les importa un “carajo”, que para el caso es lo mismo). Juegan siempre a caballo ganador, nunca pierden (son como la banca, y cuando se habla de banqueros, es fácil adivinar a quién se lleva toda la ganancia).Especulan, intrigan y siempre se comportan con la suficiente sangre fría para esperar el momento oportuno, su momento y no quedar nunca en evidencia.
Los hay que siempre dicen lo que piensan. Cuando hablan, miran a los ojos a la persona que tienen delante. Nunca agachan la cabeza ni se esconden. Se rebelan contra las ataduras con las que otros tratan de inmovilizarlos, no admiten imposiciones de nadie, ni se someten a una obligatoria ley del silencio, cuando algunos pretenden hacerles callar. Les importa “tres narices” no ser políticamente correctos. A veces hablan más de la cuenta y se equivocan, pero siempre son libres para cometer sus propios errores, porque dicen lo que piensan, lo que sienten o lo que les viene en gana cuando lo creen conveniente.
Fran Laviada