Mar de Plata. Buenos Aires (Argentina) .31-5-1989
Antes de ir al año 1989, vamos a viajar atrás en el tiempo para iniciar esta historia a principios de 1940 cuando Alemania vivía en pleno apogeo y dominio del Nazismo…
Era alto, rubio, de buena presencia y con cara de no haber roto un plato en su vida. Esposo ejemplar (de la bella Eva) y cariñoso padre de una deliciosa parejita (niño y niña, los encantadores Franz y Erika). Hans Müller, era un hombre querido y respetado por sus vecinos, siempre dispuesto a echar una mano a cualquiera que necesitase su ayuda. De modales exquisitos, fruto de una esmerada educación. Persona culta y muy preparada. Universitario sobresaliente, como así lo atestiguan sus excelentes calificaciones.
Destacado deportista en su juventud, como no podía ser de otra forma, pues las innegables cualidades físicas de la raza aria, lo llevaron a ser un triunfador en el mundo del deporte, ya que todo se le daba bien.La esgrima, esquiar, montar a caballo, la escalada, el fútbol, el tenis e incluso la natación, para ser el modelo perfecto y ejemplar atleta germano.
El excepcional ciudadano Hans, era pues, todo un ejemplo para la sociedad. El modelo de hijo, que sin duda alguna, todos los (buenos) padres alemanes, querían tener. Trabajador obsesivo, además de infatigable, disciplinado y metódico, con una vida entregada a la causa (primero, y a la familia después) desde su despacho de la SS en Berlín. El mayor Müller, se dedicaba única y exclusivamente a cazar judíos, era la alta misión que su idolatrado Fhürer y su querido Tercer Reich le habían encomendado. Y él, sin duda alguna, cumplía al pie de la letra con su labor, además de sentirse orgulloso de la gran confianza que sus superiores habían depositado en su persona. Y por supuesto, que bajo ningún concepto iba a defraudarles. Su lealtad al Partido Nacional Socialista y a su amado líder, estaba incluso, por encima de su propia vida.
Por eso, lo de echar una mano (al cuello), fue lo que hizo con tantos miles de judíos, tratados como si fuesen ganado. Y que eran metidos a empujones en aquellos vagones de carga, en los que apenas entraba el aire, para que el tortuoso desplazamiento, fuera todavía más inhumano. Como si lo que les esperaba a las víctimas en su destino final, del campo de exterminio, no fuese ya suficiente castigo. Aunque los más afortunados, tenían la suerte de morir asfixiados antes de llegar al matadero.
Hans Müller, con la tranquilidad que otorga a un fiel y disciplinado servidor de la Patria, la satisfacción del deber cumplido, sonreía con la maldad reflejada en su rostro. Y una vez más, haciendo gala de su exquisita educación, pronunciaba siempre las mismas palabras de despedida: ¡Guten morgen und gute reise! (¡Buenos días y buen viaje!), cuando cada mañana, y día tras día, se trasladaba a la estación, para ver cómo iniciaba su marcha la locomotora del tren de la muerte. Con su carga de vidas sentenciadas, y con pasaporte al horror, que ponía rumbo a un infierno terrenal, en forma de cámara de gas. Que iba a devorar de la forma más cruel, que nunca la humanidad habría podido imaginar, a aquellos pobres desgraciados. Cuyos cadáveres, una vez gaseados, alimentaban de manera incansable, los hornos crematorios, que los Nazis utilizaban para reducir a cenizas, millones de cuerpos, tratando de destruir las pruebas de sus espantosas atrocidades.
El Mayor Hans Müller, como tantos otros asesinos de su misma calaña, huyó al final de la guerra, cuando su amada patria Alemania, fue derrotada en 1945. Y en Sudamérica, encontró refugio viviendo junto a su familia en diversos países gobernados por crueles dictaduras militares, que dieron cobijo a aquellos hijos de perra portadores de la esvástica, que seguían celebrando cada año en sus reuniones nostálgicas, los gloriosos años del terrible y devastador Imperio Nazi. Brindando con el ya conocido y repugnante ¡Heil Hitler!, para recordar a su añorado Führer.
Ahora ya estamos en 1989…
Como por suerte, la Historia tiene memoria, al final cada cual recibe lo que se merece. Así que, cuando el cadáver mutilado del Señor Müller (Herr Müller, para sus empleados), conocido empresario alemán afincado en tierra argentina, concretamente, en la ciudad de Buenos Aires, apareció en un descampado a las afueras de la ciudad, nadie se sorprendió, y tampoco nadie, hizo preguntas.
Detrás de una historia larga, se esconden otras más pequeñas. Detrás de un asesino, están las huellas de los cadáveres dejados a lo largo del camino. Detrás de un personaje presuntamente principal, hay otros personajes secundarios, que al final son más importantes. Detrás de un verdugo está la memoria individual y colectiva, para que no se olviden sus crímenes. Detrás de un victimario están sus víctimas, que reclaman venganza con todo el derecho.
¡Y detrás de una cara amable y sonriente, puede que se esconda el demonio!
¿Quién mató a Hans Müller?
¡Quizá se sepa algún día o nunca!
Veintisiete años antes…
En la madrugada del día 31 de mayo de 1962 en la ciudad de Ramla (Israel), el antiguo coronel nazi de la SS, Adolf Eichman, fue ahorcado para cumplir la sentencia que le condenó por crímenes contra la humanidad. Ya que fue uno de los principales organizadores de la llamada Solución Final, que tuvo como resultado, la muerte de millones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial.
En 1960, Eichman vivía en Buenos Aires (Argentina), con un nombre falso, cuando fue secuestrado por un grupo del Mossad (Servicio Secreto Israelí), que lo llevó a Israel para ser juzgado por sus crímenes.
Y el final de la historia fue…
Nunca se supo quién mató a Hans Müller, aunque hay muchas teorías al respecto. Una de ellas, es que se intentó hacer con él, lo mismo que en su día se hizo con Adolf Eichman, es decir, secuestrar y llevarlo a Israel para ser sometido a juicio por crímenes contra la humanidad.
Lo que no se sabe a ciencia cierta, es lo que sucedió al final. Aunque se especula, con la posibilidad, de que a alguno de los miembros del comando que participó en la acción, se le pudo ir el asunto de las manos, y asumió por su cuenta y riesgo, el triple papel, de policía, juez y verdugo (3 en 1, como el famoso lubricante). Cuando descubrió que Hans Müller, había sido uno de los principales culpables (había pruebas irrefutables de ello), del aniquilamiento de una gran parte de su familia.
¿Qué habrían hecho otros en su lugar?
¿Verdad? ¿Mentira? ¿Quién lo sabe?
Ojo por ojo, la esencia de todas las venganzas (John Katzenbach)
Fran Laviada
Esta historia se encuentra incluida en el libro “Liliputiense Negro” (Colección Trayecto Breve N.º 1). Puedes descubrir aquí más información sobre su contenido.