= IV =
Un sobre en el cajón
El tiempo fue pasando y llegó la hora de la despedida. El día antes de su jubilación oficial, el protagonista (exclusivo) de este relato, retiró del despacho la mayoría de sus objetos personales .
¡Tú que presumes de ser el mejor policía del mundo y resulta que eres incapaz de descubrir a un asesino cuando lo tienes tan cerca!
La cara de John Flannagan cambió de color, se quedó pálido, alguien sabía algo, que él, a pesar del tiempo transcurrido y después de miles de horas dedicadas a trabajar en la investigación del caso, había sido incapaz de descubrir (más bien, de admitir).
Tuvo que sentarse, pues sintió un leve mareo y las piernas le flojeaban. Todavía le quedaba algo de líquido en una botella de whisky que guardaba para momentos especiales (y este, sin duda alguna lo era), en un rincón poco visible del armario. El contenido le sirvió para dar un par de tragos largos, que ingerió como si llevase días sin beber nada. Necesitaba tranquilizarse. No esperaba aquel mensaje y estaba bastante alterado, algo sorprendente para un hombre frío como él, que nunca se permitía ningún tipo de flaqueza. Y que era el ejemplo perfecto para todos los que le rodeaban, de ser una persona que jamás se descomponía ante nada a pesar de lo que había visto después de tantos años de servicio. Con cadáveres de todo aspecto, color, sexo y condición. El Hombre de Hierro se estaba derritiendo igual que si fuera un niño asustado, como si su organismo se hubiera convertido en mantequilla metida dentro de un horno, y ¡tan solo un día antes de su retiro! Cuando aquel momento tan especial, iba a ser un acontecimiento para despedir a un gran policía que se iba a jubilar con todos los honores y contando con el más absoluto reconocimiento por parte de sus superiores y compañeros.
En esos momentos de incertidumbre, y solo en su despacho, fueron muchos los pensamientos que al Inspector Jefe John Flannagan Jr. le pasaron a toda velocidad por su cabeza. No cabía duda, que aquella nota, le había dejado medio noqueado y mientras seguía sumido en un mar de confusión, se abrió de repente la puerta y alguien entró, una persona a la que Flannagan conocía muy bien, un hombre de toda su confianza y uno de sus mejores discípulos, el Sargento Rick Evans, que se dirigió a su jefe, maestro y hasta ese momento amigo, y le dijo lo siguiente...
Fran Laviada