Hay personas que tienen un extraño concepto sobre lo que significa ayudar a los demás y cuando tratan de hacerlo, lo único que consiguen es inmiscuirse en la vida del prójimo, entrando de lleno en sus intimidades, entrometiéndose en cuestiones privadas y en definitiva, no respetando determinados espacios que nunca deben de ser profanados por nadie.
También los hay que van por la vida presumiendo de ser “buenos samaritanos” tratando a sus semejantes como auténticas víctimas que necesitan ser rescatadas de las garras de la propia existencia, convirtiéndose en eternos “salvadores” de los demás, cuando la realidad, lo que nos dice, es que realmente de quién tienen que salvarse, es de ellos mismos.
Cuando alguien se cae al suelo, es muy humano ofrecerle auxilio para que se pueda levantar, pero dejemos que sea la persona damnificada, la que diga si necesita ayuda, o si puede y quiere levantarse sin necesidad de que nadie intervenga en la operación.
Es de agradecer, en todo momento, el apoyo que otras personas te ofrecen, pero siempre se debe de preguntar, ya que hay que respetar en cualquier circunstancia la libertad del individuo para decidir si quiere ser ayudado o no, y hay que tener el tacto suficiente para darse cuenta de ello.
Según la forma de ser de algunas personas, muchas veces no hay nada peor que asistir a alguien que no lo pide, puede que no quiera que lo ayuden, que no lo necesite o simplemente que no quiera deber favores a nadie, ya que, si bien es cierto que hay muchísimas personas que ayudan al prójimo, sin pedir nada a cambio, también hay quienes te ofrecen un “auxilio desinteresado”, que luego resulta que no lo es, y tarde o temprano aparece el “socorrista” de turno queriendo cobrar el favor prestado.
Fran Laviada