Texas (EE. UU.) 7-12-1999.
Me llamo Robert Ramírez, y me acusaron de un crimen que no había cometido, y aunque una y otra vez repetí hasta la saciedad, que era inocente, por desgracia, nadie me creyó .Habían asesinado a mi jefe un sábado y yo, ese día a la hora que lo mataron, disfrutaba de una sesión de sexo inagotable y salvaje en un discreto hotel de las afueras con una prostituta cuyos servicios contrataba con frecuencia. Pero estaba casado, así que siempre procuré actuar con absoluta impunidad, para que los cuernos de mi engañada esposa, no salieran a la luz pública. Reconozco, que para mí la fidelidad, es algo desconocido, y a fuerza de ser sincero, admito ser tan machista como para asumir que si las cosas fueran al revés y mi mujer hiciera lo mismo que yo, contratando los servicios de un Gigoló, jamás se lo perdonaría. Pero los seres humanos somos así de incongruentes.
Para confirmar mi coartada, era necesario que Cindy (la Pilingui), accediese a testificar en el juicio, por eso comencé a dar saltos de alegría cuando mi abogado lo consiguió y por suerte pude quedar libre. La fatalidad fue que también se enteró mi mujer, que a los pocos días pidió el divorcio. Después de cinco años engañándola, y planificando hasta el más insignificante detalle para no ser descubierto, al final, había caído con todo el equipo.
Asumo plenamente mi culpabilidad, y he pagado por ello. No obstante, como soy de esos que piensa más con lo que tiene en la entrepierna, que con la cabeza, en mi nueva relación he vuelto a las andadas. Y por suerte, me viene de perlas, poner en práctica todas las coartadas que utilizaba con mi anterior pareja, aunque algunas de ellas, son en realidad inverosímiles. Por eso procuro, siempre que puedo, tratar de establecer relaciones con chicas, más bien ingenuas. De esas que, por amor, son capaces de creer que te han salido alas en la espalda. Y que uno es capaz de volar como un bondadoso ángel (bueno, no tan inocentes, pero casi). Eso sí, espero no volver a tener la necesidad de utilizar alguno de mis recursos, para verme obligado a convencer de nuevo a la policía. En el improbable caso de que vuelvan a matar a mi jefe, y no me refiero al anterior, que por supuesto no ha resucitado. Hablo del actual, que dicho sea de paso, es un poco asustadizo (más bien, cagón) y anda el hombre un tanto acojonado.
Otros, por desgracia para ellos, no tuvieron tanta suerte.
Continuará...
Fran Laviada
Esta historia está incluida en el libro “Liliputiense Negro”. Puedes descubrir aquí más información sobre su contenido.