Dallas (EE. UU.) 22-11-2006
El despiadado asesino entró en la casa, y se puso a disparar como un auténtico loco a todo lo que se movía .En un abrir y cerrar de ojos, se cepilló a todos los que allí estaban.
Era increíble comprobar, como en poco menos de un minuto, el suelo, que tan solo unos segundos antes destacaba por una extensa y brillante blancura, se había quedado encharcado por completo y teñido de un intenso color rojo, como si la sangre hubiese salido de una manguera a toda presión para darle a la tragedia un terrible e inequívoco colorido de espanto.
Un dantesco espectáculo apareció en escena, y en él, se podían ver desparramados por el suelo los cadáveres de la familia asesinada, cuya expresión, mezcla de sorpresa y terror había quedado retratada para siempre, como si el rostro de los muertos se hubiera convertido en una careta.
Cuando la policía llegó al lugar de la masacre, y comprobó el número de fallecidos, se echó en falta al abuelo, que se salvó de milagro, gracias a que a la hora de la carnicería, había asistido a su habitual clase de tango.
Aunque otras versiones, aseguran que el viejo, falleció de muerte natural unos días antes. Incluso alguna fuente que presumía de tener información de primera mano, daba por hecho, que en realidad el anciano (que al parecer, no se fiaba para nada de su familia, pues intuyó que sus hijos querían recluirlo en una residencia geriátrica) optó por coger todo su dinero y darse el piro. Y aprovechar para disfrutar el poco tiempo que le quedaba viviendo la vida loca, y de ahí que optase por fugarse la noche anterior con su amante. Que por edad podía ser su nieta, y al final parece que lo consiguió. Cuentan que exprimió a tope su postrera etapa terrenal, muriendo casi al mismo tiempo que el último billete de cien dólares se deslizaba entre sus manos. Y cosas de la vida, duró bastante más que su familia, esa, que pretendía abandonarlo en un asilo y al mismo tiempo quedarse con todo su dinero.
Pasado un tiempo, la policía acabó deteniendo al asesino a sueldo, ejecutor de la masacre. Y una vez que confesó ser el autor de los hechos, también reconoció, que la persona que lo contrató fue precisamente el abuelo. Del que dijo con admiración, que además de ser espléndido a la hora de pagar, de tonto no tenía un pelo, y de ahí, que para finalizar este relato sea muy adecuado decir aquello, de que sabe más el diablo por viejo, que por diablo.
Cuarenta y tres años antes…
El día 22 de noviembre de 1963, el presidente de los EE. UU., John F. Kennedy fue asesinado mientras visitaba la ciudad de Dallas en un coche descapotable. El autor fue Lee Harvey Oswald, aunque siempre hubo dudas al respecto, ya que el asesinato siempre estuvo rodeado de numerosas especulaciones, que dieron paso a una gran cantidad de teorías conspirativas.
Y el final de la historia fue…
La investigación policial sobre la vida y milagros del abuelo, una vez que se supo que había sido el cerebro de la masacre, dio como resultado, la elaboración de un amplio informe. Y entre otros datos curiosos, salió a la luz que el anciano en su juventud, había estado muy cercano al Partido Republicano, habiendo participado activamente como colaborador la campaña presidencial del año 1960, en la que Kennedy se impuso por muy escaso margen a Richard Nixon, que era el candidato de los republicanos.
El abuelo se llevó una enorme decepción, ya que odiaba a Kennedy, y consideraba que su forma de llegar a la presidencia no había sido demasiado limpia. Incluso, llegó a confesar a personas de su máxima confianza, que era amigo de Lee Harvey Oswald, y sabía que este tenía pensado asesinar a Kennedy. Esa historia la repitió a lo largo de su vida, y estaba encantado de contarla a todo aquel que estuviera dispuesto a escucharla.
¿Verdad? ¿Mentira? ¿Quién lo sabe?
Los viejos desconfían de la juventud porque han sido jóvenes (William Shakespeare)
Fran Laviada