LA ESPADA DE GUNJAR (CRÓNICA RHODINIA).
El tugurio estaba abarrotado, los comensales estaban agrupados en torno a una mesa, llena de alimentos y viandas. Al otro lado del amplio salón, había una persona, ataviada.
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Al llegar esa persona, los enanos, callaron .¿Quién es ese extranjero?, cubierto de gruesas capas, preguntó uno de ellos.
Tapaba su rostro con una capucha de su larga y raída capa. Portaba una armadura acolchada, un tabardo y unas botas ajadas. Pidió una media pinta de cerveza a la camarera del Puerco Agitador, como se llamaba aquel tugurio.
Un tugurio de mala muerte. Asalta cuellos, corta gargantas y otros rufianes frecuentaban el local. Daba igual la raza, en esa taberna las únicas razas que mandaban era la plata y el oro.
Al tiempo, otro viajero entró en el local, un fraile de oronda barriga y prominente coronilla.
El fraile, se quedó mirando a los barbudos. Uno de ellos daba síntomas de una alta tasa de embriaguez, lo cual no ocultaba, pues sus alaridos y properios al camarero, iban en aumento.
El fraile se fijó en aquella taberna, había una gran sala, con mesas antiguas y en paralelo a las paredes. De las paredes, colgaban cabezas de jabalíes con sus fauces abiertas y sus curvilíneos colmillos, algunos amarillentos, otros blanquecinos, daba a los animales un aspecto amenazante.
En ese instante, una mujer entró en el local, portaba un chambergo blanco como el armiño, tenía la tez muy pálida, y sus cabellos grisáceos estaban recogidos en una tiara a modo de diadema.
Los enanos tensaron sus puños, el fraile se quedó de piedra, y el encapuchado, sonrió. Al fin ha llegado, pensó..
Parte II: Olga Vloknoff
Tierras altas de Rhodinia. Taberna del Puerco Agitador.
La mujer que había hecho acto de presencia en aquel tugurio, en el Puerco Agitador, iba escoltada por dos animales, altos, de pelaje blanco como la nieve, y amenazadores, dos osos del hielo. Los comensales de la taberna, se quedaron quietos e inmóviles, ante la presencia de aquellos animales.
La mujer, hizo un gesto con la mano, y al instante los osos del hielo, se encogieron y se convirtieron en volutas luminiscentes, que revoloteaban en torno a la mujer. De todos los comensales, el grupo de los ebrios enanos, era el que parecía más impresionado por aquella mujer.
Ella, hija de los boyardos del hielo. Una tribu de nómadas, cazadores y comerciantes de pieles, parecía complacida con la situación. En la taberna, se respiraba una calma tensa, pues los enanos, cada vez más ebrios, empezaban a mirarla con una mezcla de miedo y lascivia, algo que a ella, le producía repulsión. En la esquina de la taberna, un encapuchado con una capa y un tabardo algo ajado, hizo una señal para que la mujer se sentara enfrente de él. La boyarda aceptó, pues prefería estar al lado de un desconocido, que de unos malditos enanos, esos tullidos le daban asco.
El encapuchado pidió dos pintas de licor de draco, la especialidad de esa taberna, después, se centró en la mujer. Se recostó en la silla y mirando a la mujer, empezó a entablar conversación con ella.
Tengo que darte las gracias, dijo el encapuchado. Si no hubieras llegado en este preciso momento, mi suerte hubiera cambiado para mal, dijo él, dándole un trago al licor que les habían traído.
La mujer, se sorprendió, y no lo ocultó, pues sabía que quería ese hombre de una hija boyarda, criada en el palacio de la estepa, y con dones para la magia. Así, calló, y dejo que hablara aquel hombre, pues tenía curiosidad y sorpresa en ambas porciones.
Voy tras una espada, una espada milenaria por estas tierras, y que es casi una leyenda, dijo el encapuchado. Lo primero, volvió a hablar él, quiero saber tú nombre, dijo clavando sus ojos como clavos ardientes en ella.
Esta, no logró sostenerle la mirada, y cediendo, se lo dijo. Mi nombre es Olga Vloknoff, zarina boyarda de Nevlosk, reino de las estepas, y heredera al trono de hielo. Ante esta sorpresa, el encapuchado iba a decir algo, pero no pudo, los enanos malhumorados y buscando guerra se acercaban…