Un tropezón con final feliz?
24 Oct, 2023
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Era una mañana del mes de agosto, pagué el café que me había tomado mientras ojeaba el periódico, al salir de la cafetería que estaba cerca del hotel donde me hospedaba, en la puerta, una señora cincuentona que estaba de buen ver, tropezó y cayó en mis brazos, tenía unos pechos hermosos que se mantenían firmes para su edad y que presionaban mi pecho por la caída, el resto de su cuerpo, bien proporcionado, hacían un conjunto agradable para la vista, el único aspecto que no me acababa de gustar era que vestía de una forma demasiado recatada para mi gusto, pero el aroma que desprendía su perfume me hizo pensar que podía ser una nueva presa para este lobo solitario. Tras recomponerse bajo la mirada de los presentes, se disculpó.

-No hay nada que disculpar, le puede pasar a cualquiera.

Después, cada uno siguió su camino .
Yo continué con mi paseo matutino pero no podía dejar de pensar en ella, continuaba oliendo su perfume.

Al día siguiente volví a tomar café a la misma cafetería con la esperanza de volver a verla, ella ya estaba allí cuando entré en el local, un café, una tostada y el móvil era la única compañía que tenía. Pensé, por qué no acercarme y probar suerte, tal vez sea una mujer que necesita compañía, total, no tengo nada que perder y tengo tiempo de sobra dado que estoy de vacaciones. Iba vestida con una falda negra por debajo de las rodillas y una blusa blanca con mangas hasta el codo, el cabello suelto, le llegaba por encima de los hombros, de color castaño claro, tintado pensé al no verle ninguna cana. Miraba el móvil cuando me puse a su lado.

-Hola buenos días.

-Hola buenos días.

- ¿Te acuerdas de mí?

-¡Claro! Ayer tropezamos en la puerta, menos mal que estabas allí, porque si no me hubiera dado un buen golpe contra el suelo.
Ella me miraba con curiosidad, como evaluando la situación.

-¿Estás sola?

-Sí.

-¿Puedo sentarme e invitarte a almorzar?

Ella se lo pensó durante unos segundos, pero aceptó. Me presenté.

-Me llamo Eduardo.

-Yo soy Cristina, encantada.

Pedí mi café y charlamos de trivialidades, ella era de allí, yo le dije que estaba de vacaciones y que estaba visitando la ciudad y que nunca había estado allí, que tenía pensado ir al museo de ciencia natural y comer en cualquier sitio. Ella se ofreció a enseñarme la ciudad y yo acepté. Media hora después pagué y salimos de la cafetería. Llamé un taxi que nos acercó al museo, ella también estaba de vacaciones, era profesora en un instituto de la ciudad y resultó que era viuda desde hacía un par de años. Yo le dije que trabajaba en publicidad y que ella tenía un cuerpo muy atractivo que podría hacer algún anuncio si se lo proponía. Ella se sonrojó y me dio las gracias.

Tras la visita al museo, que por cierto, fue muy didáctica, se notaba que ella tenía conocimientos de lo que me enseñaba. Eligió un sitio para comer no muy lejos del museo, comimos platos de la gastronomía típica de la ciudad y la acompañamos con vino de la tierra, ella no quiso más de dos copas, con las mejillas sonrosadas dijo que se le subía a la cabeza. Yo le dije.

-Pero si estás de vacaciones, ¿qué importa? ¿Tienes a alguien en casa al que tengas que darle explicaciones?

-No, la verdad es que no, mi hijo está en Francia.

-Yo te acompaño luego a tu casa, es lo menos que puedo hacer.

-Bueno, pero solo media copa.

-Vale, media copa para cada uno y te llevo a tu casa.

El taxi nos dejó en la dirección que ella le había dado, en la puerta del edificio ella me dijo.

-Verás, no tengo por costumbre el invitar a desconocidos a mi casa, pero contigo me siento cómoda, ¿quieres tomar un café?

-Yo no tengo por costumbre aceptar invitaciones de desconocidas, pero en esta ocasión haré una excepción. Ella mostró una amplia sonrisa.

Salimos del ascensor y entramos en su piso.

-Voy a preparar el café, ponte cómodo.

-Gracias, voy al baño un momento.

Salí del baño y me dirigí a la cocina, me coloqué detrás de ella y le di la vuelta suavemente, noté como su respiración se agitaba, le cogí la cabeza con suavidad y la besé en la boca, toda mi lengua jugaba con la suya, notaba como se dejaba llevar mientras la abrazaba, me separé y volví a encararla hacia la cafetera, desde atrás le acaricié los brazos y subí hasta sus pechos, luego bajé por su espalda hasta llegar a su redondeado culito, ella no hablaba pero se dejaba hacer, el café comenzó a salir.

-El café ya está. Dijo ella con una voz entrecortada.

-Pues sírvelo. Dije con un tono más autoritario.

Ella preparó dos tazas y con un casi inapreciable temblor me ofreció una de las tazas.

Le di un sorbo y mirándola a los ojos le dije.

-Verás Cristina, me gustas, voy a follarte como yo quiera, tengo ganas de poseerte, de hacerte mía, pero, si prefieres que me marche, solo tienes que darte la vuelta y me iré sin más.

Ella se ruborizó, pareció que quería decir algo pero guardó silencio, siguió mirando mi taza en señal de aceptación, yo bebí otro sorbo del café y dejé la taza en una mesa que había en la cocina, me puse delante de ella y le desabroché la blusa, un sujetador color carne apareció ante mí, le levanté la barbilla y la besé, pasé mi mano por su espalda y le desabroché el sujetador, ella permanecía en silencio, se lo quité despacio y le acaricié los senos, jugué con sus endurecidos pezones, luego se los mordí, ella soltó un gritito mezcla de placer y de dolor. Yo quería saber hasta dónde iba a dejarme llegar. Le bajé la cremallera de la falda y esta cayó al suelo, vi como unas bragas color carne cubrían su feminidad.

-¡Quítatelas!

Ella obedeció. Un coño peludo apareció ante él.

-Separa las piernas. Eduardo le metió dos dedos y lo notó mojado, los movió mientras la besaba, ella gemía.

-Arrodíllate. Se desabrochó el pantalón y sacó su polla del slip.

-Cómetela.

Ella comenzó a chuparla pero se notaba que no tenía mucha experiencia, tras unos lametazos me separé y la levanté.

-¿Cuánto hace que no te comes una polla?

-Pues desde que falleció mi marido y a él no le gustaba mucho que se lo hiciera, éramos un poco clásicos y recatados en el sexo.

-Parece que necesitas un buen polvo, ¿Verdad?

Ella movió la cabeza en señal de aceptación. Eduardo la cogió por el pelo y la levantó

-Coge las bragas y el café y ves al salón.

Yo, detrás de ella la seguía, observaba como su cuerpo se movía rítmicamente, el movimiento de sus nalgas, su piel blanca como la leche y el cuerpazo que tenía para su edad, esta mujer tiene que ir al gimnasio pensé. Me dieron ganas de abalanzarme sobre ella y devorarla como haría un lobo con su presa, pero me contuve, tenía que hacerla mía, que disfrutara para que quisiera más, era un diamante en bruto y había que pulirlo. Una vez en el salón dejamos las tazas de café sobre la mesita, yo la cogí del pelo y la acerqué a la mesa del comedor, le puse las bragas en la boca y la incliné sobre la mesa, comencé a darle unos azotes suaves en aquel culito que me pedía guerra, ella gemía y yo subía la intensidad, ella aguantaba, me quité la ropa y por detrás se la metí hasta el fondo de su coño sin miramientos, ella soltó un grito que fue mitigado por la bragas en su boca, aguanté así unos segundos mientras ella se relajaba, comencé a follarla sin cortesías, la embestía a placer cogida por las caderas, sus hermosos pechos bamboleaban sobre la mesa y sus nalgas bailaban por los envites de mi polla.

Cuando noté que podía correrme me detuve, le di la vuelta y le quité las bragas de la boca, la besé, le mordí el cuello y la oreja, ella gemía con sus ojos entrecerrados. La senté encima de la mesa y le mordí los pezones, se los chupaba y mordía mientras ella gemía de placer, la recosté y comencé a lamer su coño sin cortesías, imaginé que su marido no se lo haría muy a menudo después de lo que me había dicho, incluso pensé que tal vez no se lo hubiera hecho nunca. Su clítoris estaba endurecido por la excitación y sus jugos fluían por el interior de sus muslos, yo seguí con la comida de coño, ella con sus manos en mi cabeza se retorcía sobre la mesa hasta que le llegó su primer orgasmo.

La bajé de la mesa y sin darle tiempo a reaccionar le di unos buenos azotes.

-Que sea la última vez que te corres sin decírmelo, ¿queda claro?

-Sí.

-A partir de aquí serás mi esclava y yo tu amo, ¿lo entiendes?

-Sí.

-Sí qué.

-Sí amo. Contestó.

La arrodillé y le dije que me la chupara, pero que lo hiciera como si fuera una buena puta, si no volvería a azotarla.

Lo intentó y mejoró un poco pero no lo suficiente, la incliné sobre la mesa y volví a azotarla.

-Eres una mala puta, tienes mucho que aprender. Le dije mientras mi mano azotaba su culo blanco que se enrojecía poco a poco.

-Si amo, tengo mucho que aprender. Dijo entre gemidos.

-Pero no te preocupes zorra, yo estoy aquí para enseñarte, de una manera o de otra terminarás siendo una buena puta.

Con sus nalgas enrojecidas por mis azotes, la cogí de un brazo y la llevé al sillón, la puse de rodillas de espaldas a mí, le lamí su oscuro agujero y le escupí, ella gimió con placer al sentir algo nuevo, luego pasé la lengua por sus enrojecidas nalgas.

-¿Alguna vez te han follado por detrás?

-No.

-No qué. La volví a azotar por una mala respuesta.

-No amo.

-Pues hoy será tu primera enculada, ¿tienes vaselina?

-No mi amo.

La dejé un momento y me fui a la cocina, cogí la mantequilla de la nevera y volví con la que era ya parecía ser mi esclava, le puse una buena dosis en su culo y otra en mi polla.

-Ahora relájate o te dolerá.

Le metí la punta de mi polla y ella gritó, se la saqué y la volví a meter, lo hice varias veces hasta que su orificio se acostumbró, poco a poco se la fui metiendo toda, hasta que mis testículos tocaron su culo, ella gemía y gritaba, entonces empecé a follarla, una de mis manos la cogía por la cadera mientras la otra cogía su pelo y echaba su cabeza hacia atrás, la follé así hasta que todo mi caliente semen inundó su culo, lentamente me separé y contemplé como le salía mi leche. Ella se relajó y esperó callada a ver qué sucedía a continuación mientras recuperaba la respiración.

Yo por mi parte me había quedado satisfecho, tenía una nueva esclava en esta ciudad.

-Límpiame la polla. Ella cogió papel y se dispuso a limpiarla.

-¡Con la boca zorra! Dejó el papel y pasó su lengua por ella, poco a poco hizo un buen trabajo. Ahora siéntate en el sillón y mastúrbate para mí.

-Eso me da un poco de vergüenza.

-Respuesta equivocada. Le di una bofetada en la cara.

-Obedece si no quieres recibir otra.

-Pero amo, es que nunca lo he hecho, que me miren mientras me toco. Le volví a dar un par de bofetadas, perecía que no le molestaba ser abofeteada. Le di un par más y le dije.

-Piensa la respuesta antes de hablar zorra. Ella guardó silencio unos segundos y contestó.

-Si mi amo, como tú quieras.

Se sentó en el sillón y comenzó a tocarse, su mirada se dirigía al suelo, pero poco a poco se fue excitando y ese pudor dejó paso al deseo, cuando ya estaba bastante excitada me preguntó sin mirarme.

-¿Quieres follarme amo?

-Te follaré cuando yo quiera, ahora quiero disfrutar del espectáculo de mi zorra. Aquella respuesta pareció gustarle, parecía que empezaba a sentirse cómoda en su nuevo papel de esclava sumisa.

-Sí mi amo, cuando tú quieras. Comenzó a gemir y entrecerró los ojos, sus gemidos iban en aumento, su cuerpo se contorsionaba al mismo tiempo que frotaba su clítoris con energía, terminó llegando al orgasmo y juntó las piernas en señal de que se había corrido.

Me acerqué a ella y le di unas bofetadas en la cara mientras la tenía cogida por el pelo.

-¿Qué te he dicho antes sobre decirme que te corrías?

-Perdón amo, perdón. Me fumé un cigarro y cuando lo terminé le dije.

-Ahora vas a chupármela y espero una buena mamada.

Ella obedeció y se arrodilló ante mí, su lengua mejoraba en cada intento, se la metía en la boca y yo apretaba su cabeza para metérsela toda, la mantenía unos segundos y la soltaba, ella daba arcadas y babeaba pero continuaba.

-No te olvides de mis huevos.

Ella pasaba la lengua por toda la polla, huevos incluidos, y se la metía toda hasta el final sin que yo se lo dijera. Cuando estaba a punto de correrme se lo dije.

-Voy a correrme puta, trágatelo todo.

Ella obedeció y tras correrme me enseñó mi leche en su boca, la cerró y la volvió a abrir y ya no estaba, me sonrió y yo la besé con dulzura mientras acariciaba su cabello.

Dame tu teléfono, ella me dio su número y yo le di el mío. Nos tomamos otra taza de café y un licor que tenía en el mueble bar. Tras una media hora en la que estuvimos más callados que hablando, me la senté encima pero de espaldas y comencé a hacerle una paja, le mordía la oreja y el cuello, ella se acomodaba en mi cuerpo para sentir el placer que le proporcionaba mi mano y mi boca.

-Como me gusta tu coño mojado zorrita, vas a ser mi puta a partir de ahora mientras esté en la ciudad, te follaré cuando yo quiera y como yo quiera. Le dije mientras apretaba su clítoris y le metía los dedos en su coño, ella separaba las piernas y me mojaba con sus fluidos. Parecía que le gustaba oírme decirle esas cosas porque entre gemidos decía.


-¡Amo!

-¿Qué?

-¡Me voy a correr!

-Así me gusta zorra, que me lo digas.

Mi polla que se había vuelto a poner dura al oírla gemir y sentir su cuerpo encima del mío, aproveché y se la metí en su mojado coño, ella se corrió casi enseguida al sentirla dentro mientras yo le apretaba uno de sus pezones, seguí follándola, ella puso sus pies sobre mis rodillas hasta que me llegó el turno de correrme, nos quedamos en silencio un buen rato en la misma posición, me levanté y le dije que me iba a duchar, que me diera una toalla. Cuando salí de la ducha me vestí y le dije que me iba, ya estaba anocheciendo y había hecho ganas de cenar algo. Ella llevaba una bata fina que marcaba sus pezones y por debajo continuaba desnuda.

-Puedo preparar algo de cenar amo.

-Hoy no, mañana por la mañana te llamaré, quiero que me sigas enseñando la ciudad.

-Estaré encantada de hacerlo, por cierto amo.

-Dime.

-Puedes azotarme más fuerte si quieres.

Me acerqué a ella sonriendo, la cogí del pelo y le di un beso, le mordí el labio inferior con algo de fuerza, ella gimió pero no dijo nada, sin volverme hacia ella subí en el ascensor y me marché.
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