La libertad esclavizada o atada la sentimos todos, en algún momento, y más en el seno del hogar. Esta etapa nos muestra el intento de querer volar sin tener aún las alas para hacerlo, de querer crear revolución sin aún tener la capacidad económica, se generan discusiones en el entorno familiar, los cambios hormonales impulsan las relaciones sexuales y sentimientos más fuertes en el joven adolescente.
Se adolece del temple, la paciencia, la tranquilidad y la energía es desbordante .
Por ejemplo, en la primaria escolar, me era difícil dar la vuelta, corriendo, a una pequeña cancha de futbol y más aún, tenía agitación en la respiración. El sentir de la adolescencia era cambiar para tener una mejor aptitud física y preparar mi resistencia cardiovascular. Parte de mi propio entrenamiento era salir en las mañanas, de forma interdiaria, a correr a la playa. Bajaba trotando desde Barranco a las playas miraflorinas, hasta pasar por el famoso restaurante de la Rosa Náutica y llegar al antiguo centro de convenciones del Muelle Uno, mi cuerpo se preparaba cada día; además, ya practicaba baloncesto, gracias al apoyo de mis padres, en el centro deportivo Gálvez Chipoco, en el cual aprovecha para dar vueltas a la pista atlética de 400 metros. Evidentemente no me sentía bien con mi cuerpo y estado físico, por lo cual me esforcé para tener rutinas de ejercicio y estar listo para entrar a la secundaria escolar. En ese entonces, el docente de Educación física, nos tomó la primera prueba del Test de Cooper, la cual consistía en cuantas vueltas o distancia se puede recorrer en doce minutos, de acuerdo a tu ritmo, por lo que era importante esforzarse para obtener una calificación positiva. Fue la primera prueba, había desarrollado cierta resistencia corriendo, era el comienzo de un interesante ciclo de constancia deportiva.
Algo que no mencioné en la infancia y se repite en la adolescencia, es la necesidad económica y el deseo de contar con recursos y ahorrar. Quizá inconscientemente siempre sentí que el dinero no alcanzaba y eso está enlazado al cariño, pues cuando hay dinero tienes tranquilidad y te permite compartir. Desde infante con mis abuelos caminábamos largos tramos en el campo, la pequeña tienda de mi abuela con clientes de cinco por un medio (lo más barato posible), Huasahuasi era un distrito de producción agrícola de papa, pero igual, el dinero era escaso y no se podía vender cosas caras. Nada se perdía, incluso la fruta demasiada madura se aprovechaba y era un deleite al paladar. Una sensación de ahorro, la ausencia del afecto y el hurto improvisado abordó un mediano avión de juguete, obsequiado por los patrones de mi padre, quienes me enviaban encomiendas periódicamente, donde escondía diligentemente caramelos de la tienda, no los podía terminar de saborear por el miedo a ser descubierto o quizá, un mecanismo de ahorro material para el mañana. Grande fue la sorpresa, cuando papá Marino lo descubrió y se lo contó a mi abuela, el castigo es aterrador, mi abuela literalmente me quemó mis manitos, acercándolos a la pequeña cocina negra a bomba de kerosene, el fuego era intenso y brillante, nunca lo olvidaré. Aprendí, a su estilo de enseñanza, que tomar algo ajeno era malo, tendría unos cuatro años; por tanto, se fijaba esta enseñanza de vida profundamente en mi alma, aunque no fue la mejor manera, funcionó. Una nueva ocurrencia de hurto, al ingresar al jardín, un barrio pituco o acomodado de San Isidro, no por la opulencia de mi familia, sino porque mi madre era ama de casa y quedaba cerca de su trabajo, había regresado del campo a la ciudad para estudiar. En el nido, en cierta ocasión guarde en mis bolsillos, de manera inconsciente, ciertos soldados de juguete, quería continuar jugando en la casa. Mi madre afortunadamente lo notó y sin castigarme, me explicó que no debía hacer eso, porque no me pertenecía y al día siguiente me acompañó y lo devolvimos juntos; una gran lección de vida, sin castigo. Los padres erróneamente justifican el acto de sus hijos indicando que son niños, que están jugando, no sabemos si esta permisividad está formando grandes ladrones de bancos o estafadores de saco y corbata.
Son etapas claves de la vida, que cuestan reconstruir y que nos dejan un mensaje eterno. La etapa de la adolescencia es difícil y requiere de mucha paciencia, comprensión de los padres, entendimiento de los sentimientos de los hijos y poder orientarlos de la mejor manera. La mía fue oportuna, aunque al haber estado alejado de mis padres en la infancia, repercutía en un apego especial hacia ella, mi madre; sin embargo, le tocó migrar, por trabajo y necesidad económica, a tierras gauchas; entonces, tuve que acostumbrarme a la convivencia con mi padre, que trabajaba, cocinaba y compartíamos actividades recreativas y deportivas. Cuando tenemos una oportunidad debemos tomarla, evaluando las dificultades y facilidades, ya que para un nuevo ser como un infante, que se encuentra en desarrollo puede sentir la soledad o el abandono.
Para los hijos, son importantes las actividades deportivas con sus amigos, en el colegio o academias para dicho fin. Los talleres culturales y de preparación pre-universitaria complementan la decisión futura; pero, mientras se encuentre en casa, siempre deben colaborar con la limpieza, el orden del espacio asignado y en las tareas que recomienden el padre y la madre. Desde la infancia los padres debemos mostrar el sacrificio realizado para obtener las cosas; así, el niño crece en un ambiente de valoración al esfuerzo, para obtener el dinero, que permita el sustento de la familia. Los infantes son esponjas de aprendizaje del modelo de los padres, no podemos decir a un niño que haga de una manera, si es que primero no se le enseña cómo hacerlo; y más aún, si el padre no predica con el ejemplo. Los adolescentes son rebeldes por naturaleza, pero esa rebelión se basa u origina en su formación infantil. Un adolescente con buena formación en la infancia, tendrá una etapa adolescente más llevadera y optimista.
El trabajo fuera de casa en la adolescencia es valioso, porque ayuda a la superación personal, cuando la mayoría de los jóvenes pueden quedarse en casa y disfrutar del sacrificio de los padres o sometidos al proteccionismo, no experimentan el mundo externo; son estos pequeños escapes o salidas que permiten aprender de la vida, el interactuar con otras personas, sean buenas o malas, nos darán un indicador u orientación de la vida; y son los padres quienes deben realizar el monitoreo desde casa. Al momento que ellos reciban un salario o ingreso económico, toman consciencia de que el trabajo tiene su pago y que es importante para lograr cosas en la vida. Hasta ahora tengo temor de extender una tela de plástico en la calle y ponerme a vender productos al público o caminar por los mercados y ofrecerlos; pero, con la admiración correspondiente, muchas personas se arriesgaron, enfrentaron sus miedos y saltaron al ruedo; y con estos ingresos, ellos construyeron un imperio, del plástico a la carretilla, de la carretilla a la tienda, de la bodega a la cadena de tiendas, y no hay límite para crecer, en virtud del esfuerzo y la perseverancia. Construyeron sus casas, pagaron la educación de sus hijos en buenos colegios, institutos y mejores universidades, conquistando sueños para los suyos. Recuerdo que pase por la primera experiencia laboral a los seis años, en las vacaciones de verano, salía al parque El Olivar a ofrecer marcianos de gelatina en una cajita de tecnopor, fue una aventura tomada de otros niños que también hacían lo mismo, siendo muy pequeño para trabajar, no sentía vergüenza y lo consideraba como un juego. Me iba bien, hasta que un día, tuve una experiencia traumática y desagradable, una persona joven con trato amable se ganó mi confianza y con engaños me llevó por calles vacías y silenciosas, donde aprovecho la circunstancia y me arrebató el dinero que había vendido, afortunadamente no hubo agresión física pero el shock psicológico ya había sido ejecutado. Hasta el día de hoy recuerdo las escenas, retorné por el camino hacia la casa donde mamá trabajaba, no era el problema el dinero perdido, sino el haberme sentido indefenso y expuesto, lloré al lado de mi madre y no salí por unos días. Los niños somos inocentes e inconscientes, necesitamos que personas adultas nos guíen o nos cuiden, esa situación fue una lección para mi madre que tienen que ver con las recomendaciones que siempre deben dar hacia sus hijos. Mi madre no tiene la culpa, yo también quería explorar el mundo, al igual que los niños que ya trabajaban y tenían mayor experiencia. Relacionarme con niños de afuera, de hogares acomodados o padres pobres, me hizo conocer distintas perspectivas de vida.
También a los nueve años tuve la oportunidad de trabajar en la playa, en época de verano, con un famoso especialista o hacedor de sueños del cielo (creador de cometas), el amigo Nelson, una experiencia importante, a pesar que la ganancia del día cubría una gaseosa personal y una galleta de soda, para mí era suficiente, luego de una extenuante jornada de trabajo que iniciaba a las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde, caminar en la arena ofreciendo bebidas heladas. Si el trabajo anterior era independiente este era dependiente, en el cual debía seguir las indicaciones del dueño del negocio, el pago fue justo por el gran aprendizaje. Un regalo muy bonito para un púber-adolescente es la de aprender a manejar bicicleta, el amigo Nelson lo captó en mi sentir y no dudo en ofrecerme su bicicleta de paseo para salir a la calle y practicar. Mis padres estaban en sus ocupaciones, por lo que estos amigos u orientadores mayores nos ayudan, nos animan, nos alientan para cubrir esos anhelos familiares haciendo que esta etapa sea más interesante.
Nada debe arrepentirnos de los que nos tocó vivir, de cada momento bueno o malo, fue un escenario de conocimientos y experiencias, cosas que nunca se olvidarán. Son los hijos quienes viven el proceso, pero son sus padres quienes orientan su desarrollo. Los padres construyen una sociedad nueva; por eso, el trabajo en equipo es de vital importancia, y si no lo hubiera, es el tiempo para tomar el control. Y si no tuvimos la mejor adolescencia, puedo entender por qué y brindar una oportunidad distinta a nuestros hijos que son las nuevas generaciones.