Por largas jornadas vagué recorriendo los solitarios corredores de vacíos edificios grises, al resguardo del manto de la noche me escabullí dentro de zigzagueantes oficinas que se intercalaban configurando escalonados patrones. Invadí los íntimos cubículos de individuos que despedazan en trozos su existencia al ritmo de lentas horas por el afán de procurar un esquivo sustento, pagando el precio de su permanencia con su cuota personal de tiempo .
Las paredes de planas superficies fueron el puente que me permitió el paso hacia las cuadráticas intimidades, sus solidas barreras no detuvieron a mi esencia corpórea de traspasarlas. Sentí en mi piel sus palpables superficies de granito y mármol al fundirme con los vértices donde se entrecruzaban las trazadas perspectivas que sirvieron como cimiento. Al haber sido etéreo como el viento fui capaz de flotar en concordancia con el empinado ángulo de cualquier pared y aproximarme lo suficiente para visualizar los camuflados interiores de cualquier apartamento, confundiéndome con el oscuro espacio de las alturas aprecié las tímidas interacciones entre los individuos que compartían fugaces momentos de convivencia. Leí en sus labios las cotidianas conversaciones que lanzaban como dardos para desgarrar el silencio, repartiendo sobre sus cuerpos al contacto de sus tactos esporádicos retazos de calor fraternal, en ocasiones llegué a extrañar experimentar nuevamente dicha sensación.
He permanecido anclado a las nubes siendo transportado por ellas hasta lejanas latitudes, en donde descendí durante los crepúsculos de quietud para continuar con mi marcha intrusiva por las confidenciales cercanías en las interacciones de los cúmulos de individuos segmentados dentro de monstruosas urbes de tentáculos pavimentados, rememorando aquellas perdidas épocas donde las mismas penas y desasosiegos calaban en mi mente.