Estuviste ahí escuchando cada uno de
sus arrebatos, sus llantos, sus, incluso, gritos
que ensordecían cualquier otro sonido.
Estaba rota, terriblemente rota.
Pero tú supiste estar para secar sus ojos
o abrazarle y decirle
que siempre iba a tenerte.
Hacías lo que fuera para que se sintiera
menos sola en sus desastres.
Pero acabó distanciándose cuando
ya no te necesitaba;
a veces parece que solo aparecemos
para ayudar a avanzar o a entender
o a cerrar ciclos o traumas;
y es que, en ocasiones, las relaciones humanas
son una estafa;
cogen de ti lo que necesitan,
luego desaparecen como si nada.
Sentías tu pecho ardiendo,
como cuando el agua hirviendo
rebosa hasta caer y entonces
empieza a empaparlo todo.
Era la rabia, el desconcierto,
eras el daño colateral.
Pero, ¿arrepentirte?, tú nunca,
porque así eres tú,
y es justo lo que te hace especial.