Su figura aguardaba ante la cautela de la luz de las velas.
Yo le agarraba por detrás; con mis labios a ras de su vello;
le miraba la espalda como si estuviera perdida y fuera mi mapa.
No necesita capa de superhéroe alguna para hacerme sentir salvada;
me agarré a su cuerpo con mis brazos apretando fuerte.
Qué suerte aquella, porque todo lo demás parecía desvanecerse
mientras nosotros nos sentimos más vivos que nunca.
Le besaba la nuca y se encogía entre mis manos
y me inundé en sus claros ojos livianos.
Aquella noche de color opaca,
entre el naranja de las llamas,
nos revelamos nuestros.
Era el crimen perfecto.
Matamos a cupido para que dejara de jodernos;
intentó que lo nuestro no fuera posible;
pero ya ves, aquella noche al menos,
no le surtió efecto.