Ahora abundan los padres entregados a sus hijos ?
28 Jun, 2022
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Un paseo por el parque al que la narradora iba cuando sus hijos eran pequeños muestra las diferencias generacionales: En apenas 15 años el paisaje ha cambiado radicalmente, ahora abundan los papás, absolutamente entregados al juego con sus hijos


Cuando mis hijos eran pequeños tenía que ir al parque a diario, mañana y tarde, sobre todo porque en casa no los soportaba. ¡Todos a tomar el aire! El parque, ese lugar aburrido, polvoriento, monótono, lleno de niños gritando y de pajaritos que no puedo ni ver .

Afortunadamente, esa edad ya pasó -ahora se sacan a pasear ellos solos de noche, y abundantemente-, pero yo sigo yendo al parque con mi perro.


El paisaje ha cambiado mucho en estos más o menos 15 años. Antes las mamás -los papás estaban en casa viendo el fútbol o echándose la siesta, salvo mi marido, que siempre ha sido muy corresponsable, todo un visionario viendo lo que veo ahora, la verdad- corríamos a coger sitio en un banco y solo nos movíamos si el niño pedía que le impulsáramos en el columpio hasta que aprendía a hacerlo él solo. Mientras, cotilleábamos o hacíamos planes para la salida a cenar del viernes siguiente.


Un cambio de paisaje
Ahora, para mi gran asombro, en el parque hay muchas veces más papás que mamás. Y ellos no se sientan en el banco, no, porque son padres modernos y juegan todo el rato con sus retoños, un no parar. Todos cortados por el mismo patrón -vaquero estrecho, polo y sus New Balance de colores vivos-, entran en el arenero y se tiran al suelo para ponerse al nivel de sus dueños y señores, o sea, sus niños, se llenan de polvo, los ayudan a rellenar el cubo de arena una y otra vez, y sobre todo tienen paciencia, muuuuucha paciencia.


Un día, mientras mi perro olisqueaba cada brizna de hierba, vi que en ese momento había 12 papás por cuatro mamás. «¡Qué cambio!», pensé. Y me fijé en dos padres jóvenes y atléticos sentados en el suelo del arenero. Uno de ellos tenía un hijo que se llamaba Mateo -o campeón, porque Mateo era un campeón de todo, de llenar el cubo, de bajar por el tobogán y de darle a la pelota. Tan campeón era a juzgar por las veces que se lo decía su padre que el niño, de unos 3 años, debe de tener ya varias medallas olímpicas: tiembla, Nadal, que no es que llegue Alcaraz, que también, es que llega Mateo-.


Otros tiempos
Yo en ese momento recordaba los bocatas de chorizo de Pamplona que les llevaba a mis hijos y, si no tenía pan, sándwich de Nocilla (ay, que tenía aceite de palma en esa época). Cuando acababan, nos acercábamos a la tienda de chuches de la esquina y se compraban regalices de colores, huevos fritos y esas chuches rebozadas en azúcar que son tan ácidas que te estremecen. Para el pequeño, un paquete de gusanitos a ver si mientras se los comía se quedaba un ratito sentado en la sillita y tranquilo.


Pues bien, Mateo, muy bien nutrido e hidratado -ahora uno ya no bebe, se hidrata- gracias a un zumo natural preparado en casa, decide ¡por fin! ponerse a jugar con el otro niño, Bruno. Y los papás ¡por fin! pueden hablar de algo.


¿Estarán bien mis hijos?
 Algo me rondaba en la cabeza: ¿habré sido una buena madre?


 

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