El manual
1 Jun, 2022
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Nadie me explicó que dolería tanto.
Ni tampoco yo imaginé que fuera así.
Que te rompan el corazón y tu ahí, intentando salir
de la decepción mientras sigues llorando.
Y llega un momento en el que quieres hacerte la fuerte
cuando todavía no lo estás.
Necesitas a ese parche que te tape los ojos
para no mirar atrás,
sólo al frente.
Pero es difícil seguir adelante,
y ningún consejo parece entenderlo.
Sientes la necesidad de agarrarte
a algún clavo ardiendo.
E intentar hacer como que puedes rehacer
todo lo roto y empezar de cero.
Y ahí vas tú, con una manera de suspirar tan rota,
cogiéndote de cualquier esperanza servida
en alguna boca
que no promete aún,
sólo te sopla las heridas y tú te dejas.
Pero tienes a las ideas tan descompuestas
a causa de tanto dolor,
que ya a la razón ni la controlas ni la manejas.
Y es cuando, queriendo recomponerte,
conoces a ese alguien dispuesto a sostenerte
para lamer una a una cada rotura de tu piel.
Y tú lo intentas.
Y está bien.
Pero no es el momento.


Pasa el tiempo
_poco o mucho, eso da igual_
y te abrazas a la oportunidad de superar,
como si pudieras volver a reír y a querer
sin que se te abran las grapas que te has puesto
por encima de todos los recuerdos de ayer.


Y no funciona.
Porque para rehacerte primero tienes que
dejar correr un tiempo, seguramente largo,
en el que sólo te dediques a ti misma
hasta que salgas por ti sola de todo este fango.
Y ya no duela.


No se puede hacer como si nada.
No se debe fingir.
Porque entonces será como jugar a dos bandas.
Es decir,
estar con alguien, que es más tirita que amante,
y mostrarle la cara buena,
como si pudieras cogerle de la mano y seguir adelante;
pero tras esa apariencia
_porque no es más que una apariencia
que, hasta tú misma, llegas a creerte, a veces_
está el dolor.
Están todos aquellos momentos dolorosos,
los momentos felices que estuvieron también
pero que ya solo son trocitos de amor roto.
Y eso es lo que más duele,
que ahora es nada lo que un día fue todo.


Entonces, ese otro amor pasajero
empieza a sufrir la incapacidad de
que puedas ofrecerle ese algo verdadero.
Porque no,
nunca estuviste aún curada
ni regenerada para volver a entregarte.
Le pides que te dé la espalda,
que vas a marcharte.
Que estás jodida,
que te duele el pasado todavía.
Y le rompes tal como a ti te rompieron.


Y no es justo.


Pero la vida no te pone un manual de instrucciones
sobre cómo pasar páginas que ya no están.

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