Después de varios años sin vernos y sin tener el más mínimo contacto, me escribió un mensaje, seguíamos manteniendo el mismo número de teléfono, yo le contesté. Empezamos a retomar poco a poco la comunicación, y no sé cómo ni por qué, pero volvimos a ese juego de necesitar saber el uno del otro todo el rato .
Una vez allí arriba, acomodado en el sofá, nos sirvió agua fresca, puso música de fondo en el tocadiscos a medio volumen, era tarde; se escuchaba de lujo. Pero la vocecita de mi cabeza era más alta. Tenía unas ganas tremendas de abrazarla. Abrazarla como antes. Así que me levanté del asiento y fui a por ella. No lo pensé. Se sorprendió. La tenía cerca, tan cerca. Podía olerle el perfume en su cuello, tan dulce. Tan dulce como siempre. Era el mismo. Ella dejó caer sus brazos sobre mis hombros, alrededor de mi cuello, y apretó. Podía sentir que ella también sentía lo mismo. Amor. Amor. Todavía había amor.
- Joel... _susurró en un suspiro_.
- ¿Sí?
. Te quiero _acabó diciendo después de un silencio intenso, luego acabó apretándome aún más fuerte como si no quisiera que me fuese_.
Entonces la solté de inmediato. La miré a los ojos, no me lo creía. No creía volver a oír cómo me lo decía. Pero era verdad. Sus ojos no mentían. Volví a verle el brillo. Ese brillo que dejé de ver en el momento en que me dijo que ya no íbamos a estar más juntos. Se me fue la cabeza en ese mismo instante. Me abalancé a por ella, de nuevo la agarré de la cintura, esa cintura que me tenía loco, la alcé y me rodeó con sus piernas, la dejé caer sobre el sofá, y me dejé caer yo, enseguida, sobre su cuerpo. La besaba con unas ganas indomables, como si mañana no fuera a suceder. Me quitó la camisa, y también se desvistió. Le desabroché el sujetador, y se lo arranqué con los dientes, lo dejé caer a un lado, al suelo. Y actué sin pensar entre cada centímetro de su piel. Le lamía, le besaba, le tenía con mis manos y la tocaba con una pasión multiplicada. La tenía envuelta en mis caricias, y ella me poseía con sus dedos apretando entre mi pelo, y me empujaba contra ella. Cómo me gustaba.
La noche fue desenvolviendo con desmesura su trampa para amantes, y ahí estábamos los dos, ella y yo, de nuevo, ahora salvando a las heridas con saliva. Todas las palabras que dijimos de más un día, ya no dolían. Ya eran ceniza para cenicero.
Se abrió la mañana, y aparecimos abrazados en su cama, habíamos acabado durmiendo allí. Ella seguía dormida. Yo la miraba, y acaricié su mejilla durante un rato. Despertó. Me miró. Sonrío. Le sonreí. Aquello era perfecto. No me lo podía creer. Aún no.
- Joder, yo también te quiero a ti, claro que te quiero _ le susurré_.
Ella sonrío y me abrazó. Era un milagro. Me sentí afortunado, afortunado de verdad, porque sencillamente no suele ocurrir tener la oportunidad de volver a tener al amor al que pasados unos años sigues sin sacar de tu cabeza. Parecía que todo volviera a empezar por donde lo dejamos. Lo notaba. Tenía que aprovecharlo. Teníamos que aprovechar aquella oportunidad de hacerlo bien de verdad, hacerlo bien, realmente en serio, de una vez por todas. Nada de aquello era el destino, estoy seguro. Era la posibilidad que siempre existió. Ella y yo nunca dejamos de querernos. Solo tuvimos que encontrar el momento de hacerlo de nuevo, y esta vez, era para hacerlo bien. Sobre todo después de habernos perdido, sufrido, llorado y extrañado tanto. Nuestra vida sin nosotros era un constante altibajo. Creer superarlo para después venirte de nuevo abajo, y todo el rato así. Y ahora, allí, éramos los mismos de siempre, pero con los sentimientos más claros que nunca.