Tirame los platos sucios,
grita, berrea, mírame odiándome,
manipulame,
y haz que todo el mundo crea
que estoy a tus pies.
Sigue,
agárrame de la muñeca con tanta fuerza como
la que te falta para saber quererme bien,
si así crees que te sientes mejor.
En eso se resumía todo lo que fuimos,
mientras tú lo llamabas amor.
Maldito amor.
Miré hacia abajo
y tú sonreías burlón,
pensando que eras rey, mi rey.
Quizá has gobernado mi juicio
hasta extirpar mis ganas de vivir
llevándome a la locura;
quizá has apretado de más a mi piel,
quien solo te pedía noble.
Y dicen por ahí que el tiempo todo lo cura.
Y no es verdad.
Eres una cicatriz lo bastante profunda
para que todavía, sigas presente,
porque fuiste la enfermedad degenerativa
de mi mente.
Te vencí, sola.
Ahora,
eres trauma.