Es curioso cómo hay cosas que no podemos ver cuando insistimos en que todo va a ir bien. Nos queremos convencer de que todo lo que queremos o necesitamos ya lo tenemos, no queremos darnos cuenta de que, a veces, nos estamos equivocando, que son nuestras ganas de que salga bien quienes nos arrastran a vivir vidas que no son la mejor versión que podemos elegir .

De que merecemos algo más y algo mejor. Y que se puede. Que ya llegará aunque no parezca que llegue. Es después del pañuelo caído, tras una metamorfosis emocional, cuando percibimos todo aquello que no queríamos creer. Hace tiempo aprendí que cuando no te ves capaz de dar un paso para dejar atrás tus miedos o tus complejos, o cuando no eres capaz de hacer algo tan simple, es porque esa persona con quien estás no te hace sentir lo suficientemente a gusto, y si además esa persona te presiona para que avances a su ritmo y no al que tú necesitas, es porque no existe la suficiente química para ser tú mismo ni para romper los esquemas. Y que insistir en donde no somos nosotros del todo, en donde todavía nos cubre un atisbo de escudo, en donde no nos conceden el tiempo y nuestro ritmo, en donde no nos quieren tal como somos y nos fuerzan a cambiar deprisa a nuestra siguiente versión, es que nos estamos declarando carne de involución. Y ahí no, joder ahí no. Pero esto es algo de lo que solo nos damos cuenta después, siempre después, porque no nos atrevemos a vivir con los ojos abiertos. Porque queremos convencernos de que lo que llega debe ser lo que se quede, y que lo poquito que nos dan es lo justo y lo suficiente. Pero a veces, no es suficiente, y merecemos algo más y algo mejor. Y se puede.