Invierno
19 May, 2022
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Era invierno cuando le conocí. Los dos nos encontramos con pasados pesarosos sobre nuestras espaldas .

Supongo que siempre ha sido nuestra carga. Nuestro miedo. El haber vivido ya relaciones tormentosas y sentir el mayor rechazo posible por experimentar otra. Ninguno de los dos estábamos preparados. Yo le dejé claro que no quería nada, en cambio, y pese a todo, en nuestra primera “no cita” me robó un beso cuando me despedía. Me reí, nos reímos. Habíamos estado tan a gusto, que sentí ridículo enfadarme por aquel beso robado, así que me lo tomé a broma, como si no significase nada, como si no hubiese pasado nada.
Nos seguimos viendo. Y cada vez nos encontrábamos mejor estando juntos. Me abrazaba y sentía que nada dolía. Pese a que seguíamos sin querer intentar nada, mucho menos serio, sabíamos que no podíamos dejar de vernos. Éramos polos opuestos pero alguna especie de magnetismo nos unía. Fue algo totalmente contradictorio a lo que quisimos. Más adelante, y quizá fue sucediendo de forma paulatina, comenzamos un juego de tira y afloja. Pero yo siempre me sentí con el peso de mi escudo a cuestas, o parecía ser quien menos estaba dispuesta a empezar a creer que aquello que fluía entre nosotros era, en verdad, cierto.
Un día empezamos a hablarnos de otras personas. Y nos dolía. No queríamos que doliera pero dolía. También me dijo de irse a otra ciudad a buscar trabajo. Le animé. Siempre he sido la primera en animarle a hacer lo que más feliz le hiciera. Aunque, aquella vez, sentí que nos perdíamos. Dolió, me dolió. Me di cuenta de que era más importante de lo que quise admitir. Al final no se fue, y me confesó que prefería estar aquí, conmigo. Que ya encontraría algo. Y lo encontró. Siempre ha tenido esa virtud. Siempre ha sabido buscarse la vida y salir adelante.
Más tarde, tuvimos una conversación, y decidimos intentar dar un paso más. Lo que sentíamos ya era una obviedad que no podíamos negarnos más. Allí mismo, dejamos de fingir no sentir nada.
Luego vinieron, las primeras discusiones. Los reproches, el “yo doy más que tú”, los miedos, las dudas, las vacilaciones. Creo que nunca perdonó, o simplemente no supo olvidar, que aquella tercera persona, intentara algo conmigo, pese a que yo siempre elegí nuestra extraña pero mágica relación, cuando incluso realmente todavía no fuimos nada en claro. Pero aquello parecía el reproche a mano. En cambio yo, siempre dejé todo lo que me hizo daño, atrás. Porque eso se supone que es querer a alguien. Querernos sin sacarnos de la manga lo que una vez hicimos mal o lo que ocurre como no deseamos que ocurra y lo que no podemos controlar. Es cierto que habíamos tenido ya algunas idas y venidas, y en todas ellas no aguantábamos ni un par de horas separados o quizá una noche y regresábamos imantados, pero esta vez era realmente la definitiva.


Ya no sabía qué más podía hacer para que todo volviera. ¿Acaso podíamos volver? La respuesta en mi pensamiento siempre era la misma: "No sé. Solo sé que no quise volver a querer y sin embargo le quiero. Con todas mis fuerzas."


Acabamos haciéndonos daño los dos. Estoy segura que la culpa la tuvo la mala comunicación. El no saber dejar atrás las rencillas, el apartarnos con un dolor magnificado en vez de superar juntos los obstáculos, el no saber permanecer en unidad, y dejarnos romper por el miedo. Aquel miedo del principio.


Eran más o menos las 20:00 de la tarde de un lunes. Rasgaba la acústica recién afinada, y recitaba aquella canción que hace un par de horas atrás escribí. Sonó el móvil y mis manos corrieron buscando quién podía ser. Para mi sorpresa, era lo que tanto había deseado. Lo que tanto había suplicado en mi llanto desesperado. Atendí su llamada. Su voz arrepentida y sus ganas de verme me sacudieron de emoción y mis ojos rojos llorosos de alegría dijeron que sí. Un sí de inmediato. Era increíble. No podía creerlo, porque ya había dado por perdida nuestra relación, después de aquellas palabras que me escribió, sentenciando nuestro fin. Habíamos pasado unos días de verdadero calvario. Y de pronto, era feliz. Feliz en letras gigantes. Aquella misma noche después de vernos, de abrazar nuestros miedos, de romper nuestras cadenas, nuestro lastre, después de todo aquello, ni siquiera pude dormir de la euforia que sentía recorriendo mi cuerpo. Supe que haríamos todo por mantenernos a salvo.


Después de varias decepciones en el amor, tuve claro que los "te quiero" nunca son suficientes. Pero nosotros, no solo nos lo decimos. Nos lo demostramos. Y eso, es todo el condimento que necesita una relación de pareja para poder continuar hacia delante y no dejarse romper. Supongo que dos personas que se eligen no solo deben de estar para amarse en los momentos de sentir que todo está bien, sino, también para asumir los errores y las culpas. Comunicarse para entenderse y perdonar lo perdonable. Claro que, todo eso necesita de dos personas que sepan diferenciar qué es lo tóxico y destructivo del montoncito de estupideces que colman a veces. En este último caso solo necesitamos con emergencia quizá, de nuestro espacio de pensar, y refrescar nuestro puñetero software de la paciencia. De otra manera no creo que alguien pueda evolucionar o crecer. Tirar por la borda todo lo que sí se ha hecho bien, sería un crimen al amor.

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