Son las 7:00 y la habitación está helada;
y aún a oscuras se ven las siluetas
entre sombras y pequeñas luces que se filtran por la ventana.
Me refugio en el calor mientras tirito de frío.
Me tiritan los huesos como si bailasen arrítmicos y apresurados.
Parece que este cuerpo no es el mío.
Parece que me voy de un suspiro entre estos labios devastados.
No es invierno.
Y no hace frío.
Pero dentro de mí es diciembre todo el año.
Es este recuerdo,
es este dolor en el que me ensaño.
Peleo a diario contra él y él contra mí.
A veces, parece que me rindo,
pero me quedo aquí,
mirándole de cerca,
porque de osadía es de lo único que no prescindo.
Es esta noria, este altibajo
quien consigue desarmarme.
Y aunque me haga daño, no me hace insalvable,
soy yo quien opto por abandonarme.
Aunque no sea invierno, yo me vuelvo invierno
y cuando no hace frío, soy yo el frío.
La tristeza me atrapa y yo me dejo incrustar.
Es esta frialdad en mis venas de este cuerpo que ya no es mío.
Yo soy el dolor.
Yo soy el frío.