Camino a la soledad.

Un día salí de casa, cansada de mi rutina infernal, emocionalmente agotada, frustrada, decepcionada de mi realidad, realidad que yo misma fui construyendo, total desorden, pero muy ordenado, muy de pose.

Y empecé a caminar. Se supone que me dirigía a lo de siempre, con lo de siempre, aquél empleo asqueante, aquella vida sin sabor, esas actividades sin sentido.. .

y, me detuve por un instante.

Quedé un tanto impresionada con aquel sendero que vi, lleno de luz, de energía, de sobresaltos y emociones, todo lo que faltaba en mi vida. Y decidí caminar por ahí, por esa calle que parecía sin salida, y todo estaba tan lleno de vida, de nuevas y mejores expectativas, de colores brillantes y nuevas ideas, de un placer inexplicable, una agitación inesperada. Y seguí, ese camino me invitaba a seguir, y sentía que no me podía detener, que ya había encontrado sentido a mi vida, que ya podía hacer otros planes con emociones más profundas, sentía que caminaba en el aire, ya no estaba pisando mi triste realidad.

Llegué a la esquina de tus pies, y me arrodillé, era como un altar, y aunque no me sentía merecedora de la piedad de Dios, juro que sentí que había llegado al cielo. Tus pies pisaban ese aire donde me sentía flotar, y me hacían escapar de la cruel realidad que me agotaba. Y seguí, en ese andar llegué a tus rodillas, te vi haciéndole reverencia ante mi oscuridad, hincado haciéndome temblar, y pensé que estaba en el mejor lugar, en un lugar muy distinto al que había dejado en aquella casa, unas rodillas que se doblegaban para hacerme feliz.

Ya no podía detenerme, caminé y caminé entre tus calles, llegué a tus manos y nunca fui mejor acariciada, nunca había sentido tanta fuerza, nunca unas manos me habían tocado igual. Quise volver atrás, me sentía indigna, me sentía sin moral, culpable de la infelicidad de otros, triste y al mismo tiempo tan feliz.

Pero decidí seguir.

Subí por la colina de tu pelvis, no tuve el valor de tocar tu centro y llegué a la montaña de tu pecho, y ahí me sentía protegida, valorada y hasta amada. Ahí dormí, ahí soñé tanto y tantas cosas, ahí te sentí tan mío, ya sentía que como aquel camino. Era imposible parar, llegué a la plaza de tu boca y conocí la maldad, la rabia, la euforia de un verdadero beso, la ternura de besar con amor, la entrega absoluta de una piel con otra.

El parque de tus ojos era otro espectáculo, sentía como si tenias el espejo de mi alma, me miraba a mi misma por dentro en aquellos ojos de magia, y recreaba mis peores placeres, mis mejores pecados.

Ya no quería regresar a casa, sentía que lo había encontrado todo, que era feliz, que estaba donde siempre quise estar, en un paraíso de donde no quería salir, de donde no podía salir. Y entre una vuelta y otra por cada una de tus calles, tus esquinas, plazas y parques, ya te conocía, ya me entregaba sin dudarlo, sin pensar en nada, y mucho menos en aquella aburrida vida.

Me senté de golpe en tu centro, yo misma lo introduje en mi, y fui tan feliz, como si hubiera despertado mi fiera interior, como si me hubieran sacado de un abismo de monotonía que me tenía tan cansada, como si flotara en una nube densa y suave.

Te conocí tanto, te sentí demasiado, ya no era posible regresar.

Pero mientras más caminaba ya me estaba agotando, tú mismo estabas cansado de verme vagar por tus calles, me convertí en estorbo, deambulaba sin rumbo, no sabía hacia dónde caminaba.

Y llegué al bar de tus frustraciones, de tus miserias, y dolorosamente entendí no estabas listo para tener habitantes, que no estaba preparado para ningún inquilino, ya me tenía que ir, me empujabas a salir, me gritabas en silencio que me regresara a mi realidad.

Y lloré, lloré tanto como me fue posible, ahora caminaba pero no sabía por dónde salir, había olvidado el camino de regreso. Entonces me sentía peor, usada, enamorada como chiquilla sin experiencia desechada como basura, ignorada como periódico viejo.

Me senté a pensar, a analizar el camino que había elegido, lo deslumbrada que estaba, lo confundida y lo burlada que me sentí. Y entendí que aquella realidad era mi vida, y que para cambiarla no era sino yo misma quien debía accionar.

Y regresé, llorando como niña que se había perdido entre unas sábanas donde nunca hubo amor, solo unas gana sin fin, un deseo eterno y un placer sin igual.

Cuando me regresaba, caminaba hacia la soledad, hacia mi trabajo estúpido, a mis actividades sin color, a mi mundo rutinario y seco.

El camino a la soledad fue tan duro, tan triste, tan tú.

Ya sí sabía a dónde iba, y sentía que caminaba hacia mi propio entierro, que yo misma me echaba encima la tierra hasta tapar mi corazón, que había dejado de latir.

Caminé con rumbo ya conocido, y me sentí peor que antes, porque ahora me sentía traidora, sin pudor, sin vergüenza.

Eres un camino que andé y que no sé si volveré a andar, un sendero en el que me perdí pero pero asimismo disfruté.

De camino a la soledad oré, le pedí a Dios valor para soportar tanto dolor, le pedí perdón por no haber escapado a tiempo, le pedí por ti a ver si te hacía regresar, agradecí la prueba y maldije al maestro.

De camino a la soledad, sigo en esa misma ruta, un poco más despierta, más consciente de mi verdad, tratando de mantener mis convicciones, intentando quererme más. No te he vuelto a ver, se apagaron tus luces y mi amor, tu brillo dejo de opacar mi realidad, tus ojos ya no me dirigen más, tu boca ya no es dueña de mis palabras y tu andar ya no es más mi ruta alterna.

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