Buscaba salir de nuestra rutina. Puse eso en google: «salir de la rutina» .
No es que no desee a mi marido, es que no deseo nuestros cotidianos y predecibles encuentros sexuales. No sé cuando dejaron de ser sexuales y se convirtieron en encuentros.
Mi marido me parece un tío estupendo, física y mentalmente, pero parece que le da igual que llevemos casi un año en un ritual que es como medieval. Vale, soy tímida, y eso me impide vestir lencería putesca y ponerme a bailar según llega de la ofi. Pero en la cama, creo que despego un poco, creo. Por lo menos, hay veces que cuando me toca, empiezo a volar. Y sin embargo, pronto, demasiado, siento como él pisa el freno de la imaginación y pone la palanca de cambios en punto muerto. Así que aquí estoy, en google.
Una página llama mi atención: «¿Eres voyeur? En nuestro club te dejamos mirar».
En realidad, no sé si lo soy, pero mirar me parece algo interesante, inofensivo. Mirar a otros, quizá aprender, seguro, excitarme o excitarnos.
Cuando lo planteo en un desayuno, la reacción de mi marido me sorprende… gratamente.
–No sabía que querías probar cosas, a mí me parece bien.
Ni rastro de juicio ni de moral, parece la misma curiosidad que me mueve a mí. Siempre me pareció un tío estupendo.
Así que, con toda esa timidez que ahora se mezcla con esperanza, llamo al club y me explican. Se trata de alquilar un reservado en el que tú y tu pareja estáis solos y en el que se abre una cortina que muestra, tras un cristal, la escena erótica que toque, según la noche, Y entonces me ofrecen un menú que apunto diligente y temblorosa en el post-it… lunes: lésbico; martes: dominación; miércoles: trío; jueves: oral; viernes: hombres solos. Madre mía.
Cuando pongo el post-it sobre la mesa junto con la sopa, no puedo evitar empezar a reírme a carcajadas, contagiándole. Y ese buen rollo nervioso es el que nos decide el miércoles, el trío. Nos veo convencionales hasta en eso.
El sitio es muy discreto, muy rojo y muy negro, muy predecible. La persona que nos atiende nos lleva a una estancia circular con grandes asientos y una pequeña mesa en el centro. El cristal/ventana enmarca la escena. Pronto las cortinas se corren solas y vemos un escenario también redondo. Entiendo que el espectáculo no es solo para nosotros. Una mujer y un hombre están sentados al borde de una cama y, sin casi preámbulos, comienzan a desnudarse. Siento una pequeña decepción al darme cuenta de que no voy a presenciar una historia, sino un desenlace. Pero esa es mi cabeza, porque mi coño ha pegado un buen respingo cuando él le quita la camiseta con esa fingida urgencia. Siento que no puedo mover la mirada de esa escena semi-presencial, semi-virtual, semi-porno, pero todos esos semis funcionan.
Mi nuevo marido ha decidido observarme a mí, supongo que mi careto de embobada es más real y más obsceno, sobre todo cuando en un momento siento cómo salivo sin percatarme, hasta que él recoge esa saliva y se la pone en el mismo dedo que baja hasta mis bragas y lo cuela dentro. Por primera vez, sin ser muy consciente, me retuerzo en ese dedo, lo aprieto, pidiéndole que no se mueva de allí porque algo tiene que sostenerme.
Mientras, en el escenario ya ha aparecido la tercera, la que finge muy bien que todo le gusta con los otros dos, para mí, fantásticos actores porque yo ya no puedo distinguir la realidad de la ficción. Porque mis reales retortijones me impiden enfocar, y es que mi nuevo marido me ha bajado las medias y las bragas y ha colado su polla dentro de mí, aprovechando mi momento palomitas y boca abierta. Y con esos vaivenes no hay forma de concentrarse en lo que está fuera, pero joder, sí en lo que esta dentro. Y es ahí cuando me acuerdo… ¿Rutina?