Nunca olvidaré la segunda vez que la vi, porque casi no la reconocí, imposible hacerlo. En la primera, habíamos compartido un fraternal café en el que sus inseguridades, otra vez, me resultaban incomprensibles .
–Yo solo puedo asegurarte que con nosotros no te sentirás sola –le dije. Sin atreverme a más, puedo garantizar que cada persona que compone nuestro grupo se caracteriza por el absoluto respeto, las ganas de ser y las ganas de jugar.
La invité a uno de nuestros encuentros. Dudaba un poco porque era meterla directamente en el asunto. Se lo expliqué por encima (es imposible de otra manera) y me dijo que era exactamente lo que necesitaba.
Apareció vestida como una dama de época. Era el evento de final de año, la cena de los deseos, en la que mis queridos amigos me pedían también, como uno más, vestir como les diera la gana y, por supuesto, así ocurría.
Lo sorprendente no fue su elección, sino como se movía en esos ropajes tan, por otro lado, tremendamente sexis. Siempre he defendido el ir de más a menos, siempre.
Así que, primero se deshizo de sus vergüenzas viniendo a la cena. Luego, del abriguito de piel. Luego, de la camisa. Muy pronto, de la falda…. Fue la primera que, sin haber empezado a comer, llevaba solo un corset que alzaba sus maravillosos pechos, y unas medias con liguero que dejaban el culo al aire. Pues sí, sorprendente.
Cuando una persona se siente, por fin, deseable, despierta algo, despierta muchas cosas. Y si hay algo que me encanta en mis eventos, es ver cómo siempre funciona. La llamada siempre se escucha, una llamada silente pero que resuena a gritos. Pronto, se vería rodeada por aquellos afortunados que la escucharon antes. No habíamos empezado los postres cuando sus gemidos, también azucarados, se fundieron con la siempre divertida y traviesa conversación de nuestras cenas. Aquellas en las que normalmente hay dos tipos de menú…
Así que, mi recién amiga, ya en su época, ya en su sitio, con algún vestigio de disfraz y ninguna de sus inseguras realidades, formo parte de… Y sin preguntar ni pensar, decidió ser la guinda del postre. Con elegancia, solicitó que vaciáramos la mesa y la ayudáramos a subir a la misma. Una vez allí, miró a todos los invitados, uno a uno, mientras desabrochaba el corset lentamente. La velada era suya.
Y con la seguridad de una nueva mujer, se tumbó y se ofreció.
No hay nada más increíble que darle la bienvenida a aquel coño que nunca se supo coño; a aquella piel que desconocía que sabía dulce o esa boca que nunca volvería a estar vacía. No hay nada mejor que encontrarte.