Paseamos por la playa. Hace frío .
—Como recuerdo. Sé que te gustan las conchas, no es lo mismo pero… —La acaricias con las yemas de tus dedos y la hueles.
—Sí, me encantan, también huelen a mar—contestas, mientras reprimes una sonrisa. Caigo en el doble sentido. Me sonrojo.
La luna se refleja sobre la superficie encrespada del mar. Me descalzo y corro hacia la orilla. Dices que estoy loca, pero me sigues. Cuando metes los pies en el agua, ahogas un grito.
—¡Está helada!.
—Bueno, «podría ser peor, ¡podría llover!»
El cielo entiende el guiño y responde con un trueno. Se desata un aguacero. Apenas nos da tiempo de ponernos las zapatillas. Cuando llegamos al coche, estamos empapados. No podemos parar de reír.
Por fin en mi casa. Toallas, ropa seca y la intimidad de cada dormitorio. Enciendo la calefacción mientras preparas un mate. Nos arrebujamos en el sillón bajo una manta y poco a poco entro en calor. Tú, sin embargo, tiritas.
— ¿Tienes frío?
—No. Tiemblo de deseo por vos.
Nos besamos. Sabes a mate, a chimichurri, a dulce de leche… y me alimento de ti.
Nos desnudamos con torpeza y desesperación. Me aprietas los pechos. Tienes las manos frías y mis pezones se endurecen. Los apresas con la boca y los muerdes. Gimo. Sigues mordiendo, mientras tus dedos juegan con el piercing de mi ombligo, con el vello de mi pubis. Tu boca desciende por mi cuerpo, tus brazos separan las piernas, tus manos los labios.
—Dame tu concha.
Me miras a los ojos mientras la lames, la chupas, la muerdes con suavidad. Me agarro a tu nuca y me froto contra tu barba, contra tu boca, contra tu lengua; moviéndome al ritmo que marcan tus dedos hundidos en mi interior. Los espasmos sacuden mi cuerpo. Te suplico que pares, pero me agarras los glúteos y aceleras. Me derramo. Saboreas.
—Es un néctar cálido, dulce, embriagador, como el ron miel de tu tierra.
—Quiero probar el de la tuya.
Te acaricio el pecho. Tengo las manos frías y tus pezones se endurecen. Los apreso con la boca y los muerdo hasta arrancarte un gemido. Sigo mordiendo mientras mis dedos juegan con el vello de tu ombligo, con tu miembro erecto. Mi boca desciende por tu cuerpo y separas las piernas. Tu sexo es duro y nudoso como la rama de un caldén. Chupo, lamo, mamo con suavidad. Te aferras a mi nuca y mueves tu cadera hasta que te siento en el fondo de mi garganta. Los espasmos te sacuden. Me suplicas que pare, pero te agarro los glúteos y acelero. Te derramas. Saboreo tu néctar cálido, dulce, embriagador, como el Malbec de tu tierra.
Nos abrazamos en silencio. Fuera ruge la tormenta. También ruge dentro de mí. Por favor, tómame una y otra vez hasta que amaine.