¿Pedírselo? Al parecer, para mi instructora no era suficiente mover las caderas contra ella, para profundizar la penetración o, al menos, intentarlo. No podía más, iba a sufrir una combustión espontánea en cualquier momento .
«Vamos…».
Entonces noté que se apartaba de mí y, poco después, volvía en mi oído:
―¿No quieres pedírmelo? ―susurró con voz socarrona.
Había cosas difíciles en la vida: elegir entre pizza carbonara y barbacoa, por ejemplo. O darle acceso a tu instructora de prácticas de coche a una zona restringida. Su lengua lamiendo mi cuello y sus manos recorriéndome por completo fueron las gotas que colmaron el vaso. Me di la vuelta de un movimiento rápido, busqué sus labios y la besé con impaciencia.
―Hazlo, Iris ―supliqué, al borde de la desesperación―. Por favor, entra en mí…
Ahora sí: luz verde y cogiendo velocidad por momentos. Sin cinturón. Que fuera lo que tuviera que ser. Rio contra mi labio inferior y lo mordió con algo de fuerza. Acto seguido, tiró de mí hasta la cama y, esbozando una irresistible sonrisa, me dijo:
―Espérame aquí, ¿vale?
Como si pudiera haberme ido a algún lado en aquellas condiciones.
***
Tenía los ojos cerrados, porque si Iris te pide que lo hagas, no te queda otra. No sabía por qué tenía que privarme de la vista, pero si el objetivo era que mojara las bragas todavía más, lo estaba consiguiendo de la mejor forma posible. El resto de prendas habían desaparecido por arte de magia en algún momento, mientras sus labios quemaban contra mi piel.
Empezó a sonar aquella música, y ese ritmo lento y sensual me envolvió por completo. Noté cómo mi respiración se descompasaba, y todavía enloquecí más al oír sus pasos justo cuando sonaba el estribillo. Ninguna de las dos pronunció una sola palabra, pues la melodía hablaba por sí sola. Hasta que, de pronto:
―Puedes mirar.
Frente a mí, la imagen de una Iris muy segura de sí misma, desnuda, vestida solo con un arnés de cuero. El dildo negro brillaba y supuse que ya estaba lubricado. Exhalé al descubrir que no era tan grande como los que había visto algunas veces y sentí mi cuerpo relajarse del todo. Ella se acercó a la cama para luego recorrerme con sus manos osadas. Logró, aún sin hablar, colocarme a cuatro patas sobre el colchón. ¿Había llegado el momento?
Antes de poder responderme aquella pregunta, me sentí invadida por uno de sus dedos. Acababa de entrar en la zona restringida. Gruñí mientras me acostumbraba a aquella sensación desconocida y en unos segundos noté cómo entraba y salía dentro de mí.
―Así estarás más cómoda ―dijo, y con su mano libre colocó un cojín grande bajo mi vientre―. Avísame si algo no te gusta.
Balbuceé algo sin sentido a modo de «sí», «vale» o cualquier otra palabra de valor afirmativo. No estaba yo para ponerme a pensar en decir algo coherente, porque tenía a mi instructora tras de mí, haciendo justo lo que había reproducido mi mente en forma de fantasía tantas veces antes.
Un segundo dedo se unió al primero y juré que nunca en la vida había estado tan excitada. La echaba de menos en mi sexo húmedo, casi dolía, pero lo que estaba experimentando ahí detrás merecía la pena. De pronto, salió de mi interior y suspiré porque sabía lo que venía. Ahora sí. Por fin. Presa del morbo, dejé caer mi cabeza entre mis brazos y cerré los ojos abandonándome a mis sentidos.
Iris me azotó una sola vez, sorprendiéndome por completo. Entonces, con la habilidad de una experta, separó mis nalgas y posicionó el dildo en la entrada de la zona restringida.
«Allá vamos…».
―Relájate, preciosa ―susurró en mi oído.
Si me pedía las cosas así, difícilmente iba a poder negarme. Asentí un par de veces para confirmar que lo había entendido, cuando noté una presión incómoda que, a medida que fue avanzando, se tornó agradable. Sentía el dildo abriéndose paso, explorándome por primera vez. Se detuvo cuando estuvo dentro del todo, y liberé el aire que había estado conteniendo. Sin darme demasiado tiempo a procesarlo salió levemente y volvió a entrar en una embestida suave pero profunda. Gemí fuerte, agarrándome a las sábanas.
Poco a poco, fue aumentando la velocidad con la que entraba en mi cuerpo, sin olvidarse de hacerlo hondo. Hasta notaba sus caderas contra mis nalgas cada vez, y no supe si fue eso lo que me estaba haciendo perder la cordura o bien sus manos estratégicamente colocadas.
Una jugaba con mis pezones desde aquella posición, mientras que la otra separaba mis pliegues hasta localizar mi clítoris. Insistió en la zona con movimientos circulares, sin ralentizar el ritmo de las embestidas.
Estaba estimulando tantas zonas a la vez que no fui capaz de aguantar mucho más. Cada vez que la notaba moverse dentro de mí, dejaba ir un gemido mezclado con mi respiración pesada y errática. Sentía que a medida que pasaba el tiempo iba perdiendo fuerza en los brazos y en las piernas, cayendo sobre el cojín que tenía bajo mi vientre. Me resultaba casi imposible mantener el equilibrio.
Iris salió de mi cuerpo por completo, arrancándome un jadeo y volvió a entrar sin andarse con rodeos. Cada vez estaba más cerca del clímax entre las embestidas, las caricias y los besos que había empezado a repartir por mi cuello. Unos segundos después, clavó sus dientes en mi piel, permitiéndome notar el inicio de un orgasmo largo e intenso. Me moví hacia atrás, contra ella, en busca de una penetración más profunda aún y me arqueé mientras me corría.
Sentí su peso sobre mi cuerpo y su pecho subiendo y bajando contra mi espalda. Debía de estar tan agotada como yo. Nos quedamos en silencio, mientras nuestras respectivas respiraciones se ralentizaban con el tiempo. Iris mordió mi hombro levemente antes de decirme:
―¿Pedimos una pizza?
Acababa de conquistarme del todo.