Intercambio de fantasías ❤️?
10 Feb, 2022
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Hay días en tú vida que no parecen tener importancia en su momento, y es solo con el tiempo que llegas a entender su significado. Era un caluroso jueves en Madrid cuando la conocí .
Yo trabajaba de profesora de inglés en una academia de idiomas en la que me habían pedido vigilar el examen de una clase universitaria.

Al poco de haber empezado, vi que una chica morena de pelo corto alzaba la mano. Mientras me dirigía a su pupitre, noté cómo sus oscuros ojos recorrían mi cuerpo con una intensa mirada…

–He terminado –susurró señalando el papel–.
–¿Estás segura? ¿No quieres aprovechar el resto del tiempo para repasar tus respuestas?
–No hace falta –dijo con toda la seguridad del mundo–.

Su lenguaje corporal me hizo saber que insistir no serviría de nada. Cogí su examen, volví a mi mesa y vi que había acertado casi todas las preguntas. Salvo ese momento de sorpresa, no volví a pensar más en ella.

Siete años después yo vivía en Barcelona. En aquella época, el deseo por estar con otra mujer dominaba mis fantasías, si bien la protagonista de las mismas aún no tenía ni cara ni nombre. Había sido un proceso lento, un anhelo que iba creciendo de forma gradual a lo largo de los años. Recuerdo que aquellas ensoñaciones nacieron con los desnudos en las clases de dibujo artístico de mi adolescencia, y se desarrollaron con los besos que nos dábamos algunas amigas en la Universidad.

Nunca había sido nada serio. Intentábamos espantar a los chicos para que nos dejasen bailar en la discoteca aunque, al final, esos besos generaban el efecto contrario. Por aquella época también descubrí la serie The L Word. Esto no solo provocó que mi bicuriosidad se disparase, sino que hizo que tomara la decisión de convertir mi fantasía en realidad.

Puse anuncios en Internet pero me contestaba gente que tenía novio y querían montarse un trío, cosa que no me interesaba en absoluto. Yo deseaba un dúo.
Chateé con otras chicas bicuriosas y compartí fantasías pero, cuando me propusieron quedar, me asusté. Al final, llegué a la conclusión de que quizás era más fácil con los tíos y acabé olvidando del tema.

Tiempo después encontré una solicitud de amistad en Facebook, y aunque no me sonaba el nombre, vi que era una chica que había estudiado en la academia de idiomas donde trabajé de profesora. La añadí, eché un vistazo a sus fotos y la reconocí: era ella, la chica del examen… Habían pasado siete años y su aspecto era mucho más andrógino. No pude evitar sentir deseo al ver su pelo rapado y múltiples piercings… Mi debilidad por las mujeres andróginas venía de lejos, pero ella superaba todas las expectativas: simplemente, me parecía perfecta. Cotilleé sus fotos… no parecía esconder su sexualidad y así lo confirmé al leer su perfil: era lesbiana.

–No te acordarás de mí… –me escribe en el chat de Facebook–.
–Sí que te recuerdo. ¿Cómo estás? –contesté ipso facto–.

Nos pusimos al día, como si nos conociéramos de toda la vida. Estaba estudiando un Máster en Madrid y le hizo mucha gracia descubrir que yo me dedicaba al erotismo: era un cambio chocante después de haber sido profesora de inglés –me decía–. Empezamos a comunicarnos a diario por Facebook, Skype y SMS cual pareja asentada. ¡No podía creer la suerte que había tenido! Estaba tachando todos los deseos de mi lista de fantasías lésbicas ¡de golpe! Incluso pensaba en ella cuando me masturbaba: al fin, la protagonista de mis anhelos homosexuales tenía cara y nombre.

–¿Puedo confesarte algo? –me escribe una noche por Facebook, antes de salir a cenar con unos amigos–.
–¡Claro! –contesté–.
–Sabes que cuando eras profesora, estaba loca por ti…

Sentí un nudo en el estómago, no sabía qué decir. Además, el hecho de que me deseara desde hacía tiempo solo provocaba que tuviera más ganas de ella. Sin embargo, no sabía qué responder y decidí no contestarle.

Al volver a casa, las copas de la cena me envalentonaron y le envié un mensaje por Facebook:

–No aguanto más, ¿quieres venir a verme a Barcelona?

Al día siguiente empezamos a mirar fechas como si fuera algo normal. Solo me di cuenta de lo que estaba haciendo cuando iba en el tren, camino al aeropuerto: había invitado a una chica lesbiana que había sido mi alumna, una tarde hace siete años, a pasar el fin de semana entero conmigo… y, ¡nunca había estado con una chica en mi vida! ¡Qué locura!

Cuando llegué a la terminal, esos pensamientos se transformaron en pánico. Sin embargo, cuando la distinguí entre la multitud sentí una mezcla de alivio y deseo. Me vio y caminó hacia mí… Dios, ¡me encantaba! Era más bajita pero aparentemente más fuerte que yo. No pude evitar desnudarla mentalmente entre el gentío que se agolpaba en la zona de llegadas. Nos saludamos, noté su suave mejilla contra la mía y su dulce olor me inspiró la confianza que necesitaba. Sin embargo, cuando nos separábamos un metro, ella se comportaba de un modo frío y distante.

En el tren de camino a casa le conté todo lo que había planeado para aquel fin de semana. Había pensado en hacer una ruta por las típicas atracciones turísticas para terminar dando un paseo por la playa. Sin embargo, en lugar de mostrar entusiasmo me brindó una cara de agobio.

–¿Te importa si no salimos esta noche? Estoy algo cansada –dijo–.
–Vale. Puedo cocinar algo vegetariano…
–Me encantan las mujeres que cocinan –me interrumpió sonriendo–.

Al llegar a casa, los nervios se apoderaron de mí. A pesar de lo mucho que teníamos que hablar, mantener una conversación era increíblemente difícil. No coincidíamos en nada y cada vez era más evidente que la única cosa que nos podía unir era hacer un intercambio de fantasías; ella se acostaría con su profesora y yo tendría la relación lésbica que tanto deseaba.

Por el contrario, todo se complicaba: la tensión, los silencios incómodos y mi inexperiencia me abocaban a que ella tomara la iniciativa… Pero tampoco acababa de suceder. Así que, después de recoger la cena decidí cambiarme.

–Voy a ponerme algo más cómodo –le dije–.
–¿Qué te vas a poner? –me preguntó desde el sofá–.
–No sé, algo que no sean estos vaqueros…
–¡No te pongas chándal! A mí me gustan las mujeres muy femeninas.
–Lo sé –le respondí, mientras se esbozaba una sonrisa nerviosa en mi cara–.

Fui a mi cuarto, me quité todo salvo las bragas y me puse un vestido de algodón negro. Volví al salón y me senté a su lado en el sofá.

–Cierra los ojos –me dijo mirándome intensamente–.

Cerré los ojos, noté su aliento en mi mejilla, deduje que sus labios estaban a milímetros de los míos y me volví a sumir en el pánico.

–Ya los puedes abrir.

Los abrí confundida y algo decepcionada. Otro silencio incómodo recorrió la habitación… Se acercó más, clavando su mirada en mis ojos al tiempo que entreabría sensualmente su boca.

–Estás muy cerca… –le dije con aire coqueto–.

Ella suspiró, se lanzó encima y me besó. Mi corazón se aceleró y le devolví el beso con el mismo entusiasmo. Sus labios eran muy suaves. Aunque no era la primera vez que besaba a una mujer, era la primera que lo hacía con pasión. La abracé y apreté sus pechos contra los míos. De repente, sentí calor entre mis piernas al imaginar cómo sería verlos y tocarlos.

Me empujó sobre el sofá y se colocó encima de mí. Ahora, ella era la profesora: era la maestra que me iba a examinar de una asignatura que nunca había estudiado. Todo lo que había experimentado sexualmente hasta aquel entonces era totalmente irrelevante: era como si estuviera a punto de volver a perder la virginidad.

Puse mis manos en su cintura y la atraje con fuerza hacia mí. Empezó a subir la mano por mi muslo y mi tripa hasta llegar a los pechos. Con la otra me quitaba aceleradamente el vestido, mientras me besaba los pezones con delicadeza. En ese momento empecé a subirle la camiseta con cierta indecisión. Ella se incorporó y se la quitó junto con el sujetador, tirándolos al suelo como el que se libera de unos pesados grilletes. Suspiré cuando vi sus pechos perfectos: eran redondos y más grandes que los míos. Podía haber pasado horas mirándolos y acariciándolos. Pero ella los acercó a mis tetas, frotándolos suavemente mientras nuestros pezones se endurecían. Un nuevo mundo de sensaciones se descubría ante mí, ¡y tan solo habíamos jugado de cintura para arriba!


Me despojó de la prenda que cubría mi sexo, mientras yo me dirigía a la cremallera de sus vaqueros. No esperó a que mis inexpertas manos lo hicieran y se los quitó al mismo tiempo que sus bragas. Añadiendo otro gesto de liberación, los lanzó contra el suelo.  Completamente desnudas, nos besamos de nuevo; abrazadas, deslizaba mis manos por su cuerpo, disfrutando cándidamente de la suavidad de su curvas. Vestida era andrógina, pero desnuda era toda una mujer.

El contraste de su moreno con mi blanquecina piel solo aumentaba más y más mi excitación. Su mano bajó a mis muslos. ¡Al fin sentía los dedos delicados y expertos de una mujer en mi clítoris! Suspiré y bajé la mía entre los suyos; era suave y, a diferencia de mí, ella estaba muy mojada.

–¿Qué te pasa? ¿No estás excitada? –me preguntó decepcionada–.
–Me pones a mil, no sabes cuánto pero… No sé qué me pasa, lo siento. –le susurré al oído, intentando consolarla–.
–No te preocupes porque yo tengo para las dos –me dijo con decisión–.

Empezó a rozarse contra mí. Suspiré cuando noté nuestros labios conectados y su calor mientras ella me lubricaba. Sus gemidos acompañaban los espasmos; cada uno de ellos me encendía aún más. Se corrió y se tumbó sobre mí, agotada. Ya no era ni fría ni distante, sino la mujer más vulnerable y delicada. La abracé fuertemente mientras miraba al techo, procurando entender las sensaciones que acababa de tener. Y lo único que pasaba por mi cabeza era que quería más… mucho más.

Este fue tan solo el comienzo de nuestra historia.

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