El tugurio estaba abarrotado, los comensales estaban agrupados en torno a una mesa, llena de alimentos y viandas .
En otro lado del amplio salón, había una persona, ataviada. . Al llegar esa persona, los enanos, callaron. ¿Quién es ese extranjero?, cubierto de gruesas capas, pregunto uno de ellos. . Tapaba su rostro con una capucha de su larga y raída capa. Portaba una armadura acolchada, un tabardo y unas botas ajadas. Pidió una media pinta de cerveza a la camarera del Puerco Agitador, como se llamaba aquel tugurio. . Un tugurio de mala muerte. Asalta cuellos, corta gargantas y otros rufianes frecuentaban el local. Daba igual la raza, en esa taberna las únicas razas que mandaban era la plata y el oro. . Al tiempo, otro viajero entro en el local, un fraile de oronda barriga y prominente coronilla. . El fraile, se quedo mirando a los barbudos. Uno de ellos daba síntomas de una alta tasa de embriagadez, lo cual no ocultaba, pues sus alaridos y properios al camarero, iban en aumento. . El fraile se fijo en aquella taberna, había una gran sala, con mesas antiguas y en paralelo a las paredes. De las paredes, colgaban cabezas de jabalíes con sus fauces abiertas y sus curvilíneos colmillos, algunos amarillentos, otros blanquecinos, daba a los animales un aspecto amenazante. . En ese instante, una mujer entro en el local, portaba un chambergo blanco como el armiño, tenía la tez muy pálida, y sus cabellos grisáceos estaban recogidos en una tiara a modo de diadema. . Los enanos tensaron sus puños, el fraile se quedó de piedra, y el encapuchado, sonrió. Al fin ha llegado, pensó..