Sé que quiero, que necesito, sé mi objetivo, lo que espero, aunque queden años luz de ello, sé lo que siento y porque lo siento.
Es una guerra convertida en noches de reencuentro sin cuartel, al cerrar los ojos y teletransportarme al asiento derecho de mi musa en un cine de verano. Seis horas de rodaje, ¡Por favor, que no pare la fiesta! ¡Por favor, quiero mudarme indefinidamente a esa proyección!
Y siempre, siempre, se repite la misma historia, con distinto plató o set de rodaje.
- ¡Oh mierda! Me he convertido en protagonista de comedia francesa .Digo al mirarme en el espejo.
Nos vemos por la calle, y en ese momento, dudamos de si acercarnos o de ni siquiera cruzar las miradas. El miedo a reacciones en forma de puñales nos paraliza.
¿Vendrá ella? ¿Me acerco yo?
Uno de los dos acaba lanzándose al abismo de saludarnos – Imagino que, tras tantos años, seguimos teniendo la misma inercia que permite no evitarnos- y ocultamos la sonrisa bajo la careta de la sorpresa y la timidez. Vaya completos idiotas, lo éramos todo y ahora hemos borrado de nuestras mentes el cómo darnos dos besos.
- ¿Qué tal estás? Me dices medio temblorosa.
El orgullo a contestarte la verdad hace que te oculte la inmensidad de los te echo de menos, protagonistas cuando te busco en el fondo de la botella. Los dos lo sabemos, no te soltaría nunca más. Pero nos hacemos ajenos a los ecos de esa verdad, mi verdad.
- ¡Bien! ¿Y tú?- No puedo evitar que me brille la mirada al tenerla de frente, como si el tiempo no hubiese pasado.
Y justo en ese momento, toca recordarme que es con otro con quien subes fotos a redes sociales. Y todo, por tal de mantener, una vez más, los pies en el suelo, para no coger aquel taxi y escapar contigo a otro lugar.
Y tras ese mini saludo, toca decir adiós, por enésima vez. La cabeza agachada víctima del arrepentimiento, se vuelve la protagonista en el camino a casa. Otra oportunidad, perdida, de sentarme a tu lado y de perdernos durante horas, en cualquier cafetería de París, mientras la sociedad gira y avanza y nosotros nos ponemos al día.
Te has perdido demasiado de mí y ni siquiera lo sabes. Estarías realmente orgullosa. O al menos, es lo que me muestra tu mirada al verme, al reencontrarte conmigo, en esas noches en las que mi cabeza te proyecta, constantemente, reabriendo las heridas que no sé cerrar. Y toca admitir que no sé cuándo seré capaz de borrarte de mi vida.
Ojalá vuelvas con tu luz.