Las relaciones de pareja son un tipo de vínculo complejo, profundo y una gran fuente de estimulación. Existen conflictos, baches y dificultades, pero son uno de los tipos de relación más significativas que existen.
Ahora bien, a lo largo de la vida es probable que vivamos más de una crisis de pareja .
¿Qué ocurre si se llega a una situación semejante al “tengo novia pero me gusta otra persona”?
Encontrarse en una situación en la que tenemos pareja pero empezamos a experimentar algo por otra persona es difícil y puede generar un elevado nivel de sufrimiento no sólo para la relación de pareja actual sino para el propio sujeto.
Si bien esto dependerá del tipo de vínculo con la pareja y la personalidad y perspectiva del sujeto en esta tesitura, en muchos casos estamos ante un tipo de situación que puede provocar dudas, miedo a perder a la pareja o a hacerle daño, sensación de culpabilidad, angustia, tristeza e incluso en algunos casos depresión.
Este fenómeno puede darse en cualquier momento de una relación, pero resulta mucho más habitual (y es cuando suele darse mayor nivel de sufrimiento para ambos) que se de cuando estamos en una fase de relación ya consolidada en la que la pasión y el enamoramiento han perdido intensidad.
En parte facilita este hecho la familiaridad con la otra persona, así como la rutina: estímulos nuevos o diferentes de lo habitual pueden llegar a llamarnos mucho la atención. En cualquier caso e independientemente del momento en que se de, aparece la gran duda: ¿qué puedo hacer?
En primer lugar hay que analizar y tener en cuenta si la otra persona realmente nos gusta a nivel romántico, o bien estamos hablando de atracción sexual o mera simpatía. Debemos tener en cuenta que sentirse atraído por otras personas es algo natural, y no implica ninguna deslealtad por nuestra parte a menos que además de la mera atracción llevemos a cabo un acercamiento con propósitos sexuales.
Por otro lado también es posible que únicamente sintamos cariño o simpatía por otra persona, sin estar hablando de un enamoramiento e incluso sin que exista deseo. Sin ir más lejos es lo que ocurre con la amistad.
Ahora bien, si la otra persona pasa a ocupar los pensamientos de manera constante, si priorizamos la compañía de dicha persona o si estamos inseguros de qué es lo que sentimos, tal vez sea recomendable una valoración más profunda de lo que nos genera ésta.
En el caso de que nos resulte obvio que estamos sintiendo algo por otra persona que no es nuestra pareja y que va más allá del mero deseo, el siguiente paso es analizar el porqué.
En este sentido son muchas las preguntas que podemos hacernos, y que nos pueden ayudar a dirigir nuestro pensamiento a descubrir qué es lo que realmente nos producen tanto nuestra pareja como esta tercera persona.
Algunas de ellas son las siguientes:
Una vez analizamos qué sentimos y un posible porqué de ello, el siguiente paso será plantear y valorar qué alternativas tenemos. Las principales se pueden resumir en las siguientes: continuar con la actual relación o romperla, y en este último caso intentar o no iniciar una nueva relación.
Es recomendable no tomar la decisión en caliente y valorar verdaderamente cada opción, lo que nos genera y las posibles consecuencias que pueden derivarse de ellas.
También hay que tener en cuenta lo que implica romper, incluyendo qué va a cambiar y en qué va a afectar a cada uno de los implicados (algo que puede incluir otro tipo de pérdidas).
Además es importante tener en cuenta que no debemos jugar con los sentimientos de nadie, ni con los de tu pareja ni con los de la persona de tu interés: los demás no son meros juguetes para nuestro entretenimiento y disfrute sino seres pensantes y sintientes.
Una vez valoradas las diferentes alternativas, llega el momento de tomar una decisión al respecto. Esta decisión final tiene que realizarse en base a lo que sintamos como correcto y más sincero: hemos de actuar conforme a lo que realmente queremos y con lo que nos sintamos bien a posteriori.
Tanto si continuamos con nuestra relación como si decidimos romper y empezar otra el motivo detrás de ello no puede ser el miedo a perder una oportunidad, a no conseguir establecer o mantener la relación o a quedarse solo.
Tampoco debemos supeditar la decisión al otro: por lo general es obvio que el hecho de romper va a provocar dolor a nuestra pareja si esa es la decisión que tomamos, pero si nuestra relación de pareja ya no se sostiene puede que lo mejor sea dejarlo.
Independientemente de la decisión que se tome, es necesario tener en cuenta la necesidad de valorar qué hacer a posteriori. Si decidimos quedarnos con nuestra pareja deberemos asumir la necesidad de ver a la otra persona y además de trabajar aquellos aspectos de la relación que nos hayan hecho dudar. La comunicación es imprescindible, y habrá que fomentarla y aumentar su eficacia.
En el caso de que exista rutina y monotonía puede trabajarse para experimentar nuevas sensaciones y actividades e introducir cambios que permitan recuperar en la medida de lo posible la emoción.
Si la decisión final es la de romper, habrá que procurar que dicha ruptura sea llevada de la mejor manera posible, sin engañar ni culpabilizar a la otra persona. Tampoco debe intentarse forzar al otro a que sea él o ella quien deje la relación: si es nuestra decisión tenemos que asumir nuestra responsabilidad. Asimismo debemos tener en cuenta la posibilidad de que nuestra pareja o expareja reaccione mal, con ira, tristeza o reproches (aunque no debemos admitir actitudes violentas)
En cualquiera de los casos se recomienda, al menos inicialmente, contacto cero con la persona por la que no hayamos optado: si estamos en pareja evitar a quien nos atraía disminuirá un posible malestar o dudas, mientras que si rompemos también es recomendable cortar el contacto o disminuirlo al mínimo de cara a no dejar dudas ni generar angustia o confusión a la persona dejada o incluso a nosotros mismos.